Hoy es el gran día de la final del Mundial, pero no voy a escribir sobre ello. Esta pasada semana han imputado al presidente de la Diputación de Alicante, concejales oriolanos y conocidos empresarios alicantinos en el marco de la operación anticorrupción con nombre de ron (demasiado dulce para mi gusto; el ron, digo). Pero tampoco sobre eso voy a escribir. Y no lo voy a hacer no ya porque todos sus protagonistas sean varones (omitiré las barbaridades que se han dicho y escrito sobre Sara Carbonero), sino porque ya han ocupado y ocupan la práctica totalidad del espacio mediático y de nuestras cotidianas conversaciones, restando importancia a otros temas que, parece, dejan indiferentes a la sociedad.

Les voy a contar una historia espeluznante, un cuento de terror cotidiano que este mes está adquiriendo tintes de pesadilla. Me refiero, cómo no, a las cinco mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas en los siete primeros días de julio. Rafaela, apenas dos años mayor que yo, fue la primera víctima: el día 1 de julio su ex pareja, Juan, la mató a golpes de azada en plena calle saltándose la orden de alejamiento dictada a consecuencia de la denuncia que Rafaela presentó ante la Guardia Civil justo un mes antes de ser asesinada. Insultos, amenazas de muerte (con la escopeta en la mano) y puñetazos y empujones fueron los hechos denunciados. Quedaron pocas marcas visibles de esa violencia: el parte de lesiones sólo pudo reflejar "un mínimo hematoma" de "sólo" un centímetro en el brazoÉ¿cómo se miden las lesiones en el alma, en la mente, en el corazón?, ¿cuántos "centímetros" de miedo tenía Rafaela? Veinte días después de la denuncia se celebró el juicio. Junto al pobre parte de lesiones, la declaración de Rafaela constituía la prueba para dictar la sentencia. Y al juez le pareció que no era cierto el testimonio de la mujer porque su declaración adolecía de "excesiva parquedad" y "escasísima pasión". No bastaba con que ella afirmara haber padecido esas agresiones, tenía que notársele por fuera. Después de soportar las humillaciones, los desprecios, los golpes y las amenazas de quien dijo amarla, tiene que aparecer totalmente rota y compungida ante quien supuestamente va a protegerla. Como la mujer del César, no es suficiente con ser, hay que parecer. Así, debido al "escaso grado de credibilidad" de Rafaela, el juez absolvió a Juan de los delitos de maltrato y amenazas. Rafaela no pudo enterarse de la sentencia. Antes de que le fuera notificada Juan cumplió con la amenaza de la que fue absuelto: o eres para mí o no eres para nadie. El éxito del argumento de las denuncias falsas es una historia real de miedo.