Fue durante la muerte súbita del segundo set de la semifinal de Wimbledon. Nadal cometió doble falta y con ello propició que, de ganar su saque, el escocés se haría con la manga. Un error así hunde a cualquiera. A cualquiera menos a éste. Se fue a por el rival y se lo comió con patatas fritas. Ofreció toda clase de golpes a cual más diabólicamente preciso, le rompió los dos servicios y, en el suyo, lo aniquiló. El tal Murray, un pedazo de sacador de 1,96, se quedó grogui. Yo, también. Y, para cuando me he repuesto de la impresión, me he encontrado con que otro monstruo de la naturaleza llamado Pau Gasol está entre nosotros. ¿Quién nos iba a decir que este país, que hasta hace nada era todo un prodigio a la hora de fantasear con la conquista de logros inalcanzables, llegaría a contar con tantos gigantes por metro cuadrado? Para mí, el que más mérito arrastra es el del quinteto titular de los Lakers, que se dice pronto. Lo apunto porque un fuera de serie como el tenista puede serlo sin salir de la burbuja en la que, si quiere, lo envuelven quienes le rodean. Y, dentro de ella, acudir a competir hoy a Australia, mañana a Japón y, después, de vuelta al cascarón o llámale equis. Formas parte de un circuito pero pasas por él, no le perteneces. Pau ha tenido que insertarse en una sociedad y en mundo tremendamente competitivos, demostrar que puede, hacerse un hueco y confiar en que te acepten. Lleva dos anillos, Kobe, nada más recibir el trofeo, lo buscó para dárselo, y aún lo llaman blandito. Cuando se fue para allá Fernando Martín, alucinábamos de que jugara dos minutos y ahora se sufre porque apenas le dan tiempo para descansar. Tras el partido decisivo, y ganar el título, cada uno se fue por su lado. Y Pau lo ve normal, que es de lo que se trata. Tampoco se le escapa que en España tenemos nuestras cositas. Nadal y él son muy grandes, pero por aquí todo el mundo está pensando en lo mismo.