Los que nos consideramos sindicalistas nos vemos en estos momentos ante una embestida desde todos los frentes del poder y de los poderes fácticos a la una.

Los unos dicen que estamos desprestigiados por que hemos dejado que llegásemos a cuatro millones de parados sin hacer nada, los otros que somos unos dinosaurios del siglo XX que sólo defendemos a los trabajadores que tienen empleo, pero no nos importan nada los parados.

Tanto los unos como los otros saben que mienten, pues si fuésemos tan inútiles no se ocuparían tanto de pedir que se cambien las reglas del juego para poder tener unas relaciones laborales modernas donde el trabajador y el empresario pacten las condiciones de trabajo y no hayan las trabas de los convenios.

Cómo se puede ser así, cuando todos sabemos que nuestros empresarios no son precisamente un dechado de democracia en las relaciones laborales.

Cuando lo que vemos a diario es un auténtico abuso de poder cuando un trabajador llega a una empresa para pedir u ofrecerse como trabajador por un salario base normal de menos de 1.000 euros al mes y la respuesta de estos caciques se traduce en que aquí se trabaja a tanto la hora, yo marco cuándo se empieza y cuándo se acaba, aquí no se hacen contratos, no caigas malo que te sustituyo a la hora y si lo quieres lo tomas y si no lo dejas, como las lentejas. Esto no sólo es en el calzado, la mancha se extiende como el aceite.

Con este colectivo de empleadores que cada vez son más desvergonzados hay algunos que nos dicen que les fallamos a los trabajadores parados y posiblemente tengan razón, pero como dice el chiste :Virgencita que me toque la lotería, pues habrá que comprar el número por lo menos, digo yo o es que como me dicen los que acuden cuando no hay remedio al sindicato: sí, pero es que tengo que comer y pagar mis deudas y esto le impide a alguien denunciar al ladrón de turno o es que el miedo les impide sentir vergüenza del abuso a que son sometidos.

La actual campaña antisindical que estamos viviendo no es una simple casualidad o que los astros se han conjuntado, lo que ocurre es que hay un grupo de hienas que ya han saqueado las finanzas y el comercio mundial y ahora quieren saquear el pobre estado de bienestar que gozamos los españoles. Para ello, lo primero que les estorba somos los sindicatos porque oponemos resistencia al desmantelamiento de los derechos, a una negociación colectiva que ponga fronteras a sus abusos, pues cuando no hay convenios en un sector según esa teoría ultraliberal de estos profetas del pasado a los trabajadores que la ejercen en estas profesiones negociarían directamente con sus empleadores y tendrían unas condiciones satisfactorias para ambas partes y a cambio se les aplica el salario mínimo interprofesional, alegando que como no saben qué le tienen que pagar puesÉ Claro que si la teoría de que sin sindicatos se crea más empleo que algunos predican, fuera cierta, no me explico cómo en los países que tienen la desgracia de no tener sindicatos fuertes ¿por qué vienen a España en pateras huyendo de sus empleadores, que se empeñan en pagarles tan altos salarios que se juegan la vida en un cayuco antes de hacerse ricos en su país?

No hagamos los trabajadores como la obra de Bertol Brech, aquello que decía: vinieron a por los comunistas y se los llevaron, pero como yo no era comunistaÉ ;luego vinieron a por los socialistas y se los llevaron, pero como yo no soy socialistaÉ, luego vinieron por los demócratas y ahora ya están en mi puerta.

Con esto quiero decir que lo que en estos momentos intentan es quitarnos nuestra palabra, ya que los convenios sólo son condiciones mínimas de las reglas de juego y lo que pretende esta jauría de hienas ultraliberales es que perdamos aquello que nos permite tener un punto de dignidad en el trabajo.

Algo estamos haciendo bien los sindicatos cuando tanto les molestamos.