Cada día me voy haciendo una nueva composición de lugar sobre mi España. Supongo que no es igual a la de los demás. Y además es sano que así sea. Estoy un poco cansado de escuchar comentarios sobre este país de rojo y gualda que no corresponden con la realidad. O con mi sentimiento. Ya sé que este tema es siempre conflictivo. Y lo es, por un lado por la indiferencia de unos políticos iletrados, y por otro lado por una realidad histórica falseada, o no asumida.

Si el antiguo presidente del "Barsa", Laporta, dice que le mola que España pierda en el fútbol, uno tiene que analizarlo. Tiene que analizar cómo se ha fraguado en la mente de esa pobre criatura una España tirana y opresiva que sólo está en su azotea mental. Pensaba yo que la tontería nacionalista excluyente se curaba con el viaje y la apertura cultural. Y que la responsabilidad de ver a una España más o menos integrada en un proyecto constitucional valía.

Bueno, perdón que haya citado lo de la Constitución. Libro de familia de esta España que no quiso pelearse más dividiendo el territorio ideológico en las dos "Españas". Todo aquello que se dibujó para no enfrentar y dejar los maximalismos a un lado. Yo no estaba en esa época. Ni siquiera he reflexionado si fue una estrategia diseñada o los acontecimientos superaron la realidad. Pero hay una realidad palpable. Una realidad que ha hecho que el enfrentamiento de dos bandos haya languidecido. Y sólo algunas mentes flojas o mentirosas azuzan, de vez en cuando, un enfrentamiento fraternal insostenible para la realidad europea.

Europa ha roto muchos de esos clichés de territorios supuestamente marginados fiscal o políticamente. Ese ente supranacional ha puesto en periodo de siesta algunas manifestaciones de discriminación de pueblos no reconocidos. Porque la estructura de pueblo mental está caduca. La globalización ha conseguido una cierta mejoría en la concepción del mundo, que la hace menos pueblerina.

Si a esta altura de la película, con la que está cayendo en la economía mundial, con la que está cayendo en la sociedad y en el cambio, o ausencia, de determinados valores, los políticos de barrio se enzarzan en discusiones de ver quién es más fascista, o menos demócrata. Si se engallan para ver quién la tiene más grande. Si la gente tiene que aguantar, día sí, día también, una constante deslegitimación de los poderes judiciales, como si marionetas fuesen. Si todo eso se ampara en creer que la verdad es absoluta en el estatuto regional o en las normas de convivencia de la piscina de mi barrio. Si todo eso pasa, es porque hay una clara falta de liderazgo político. Porque gobernar pensando que todo lo que yo apruebo no se toca, pertenece a la filosofía venezolana de Chávez. Y esa España a mí no me interesa.

El otro día hablaba con el periodista Pedro Piqueras, y me hacía reflexionar sobre la tercera España. Esa España que es un poco de derechas y un poco de izquierdas a la vez. Y mira por donde, yo creo pertenecer a ella. Claro que soy más de derechas en el tema económico, pero no por eso no acumulo a mi pensamiento determinados planteamientos ideológicos de la izquierda que me parecen muy honrados y razonables. Estoy bastante cansado de aguantar a personajillos que se expresan en lenguajes de las dos Españas. Como si el argumentario que les dan en su cadena de radio o periódico fuese la Biblia del pensamiento único. Hay pensamiento sectario en ambos lados. Con latiguillos aprendidos y malolientes.

Ahora que se pueblan los balcones y los coches de banderas españolas por un balón de fútbol unitario. Ahora que se agranda el sentir de un solo país con todas sus variedades cromáticas. Ahora que una tercera España es posible. Ahora, no me resisto a hablar de la España en la que caben todos. Y para caber hay que dejar respirar. España no se construye desde la idea de que alguien oprime a alguien. Esa falacia no cuela. España es roja, gualda y azul. Y no parece que puedan con ella estatutos ni bandurrias baratas. Me interesa España como nación. Pero me interesa sin peleas pueblerinas de mentiras históricas. Hay demasiado trabajo por hacer en una sociedad necesitada de políticos de altura. No los encuentro en la actualidad. Pónganse a trabajar en los verdaderos problemas de los ciudadanos.