Por fin "habemus" cine, por fin se ha aprobado y difundido definitivamente el reglamento que desarrolla la nueva ley del cine español. Y con ello, un marco para el negocio de la industria audiovisual en condiciones de futuro.

La nueva ley del cine augura deberes a todos los representantes de los diversos sectores audiovisuales españoles este fin de semana, sobre todo si quieren llegar a tiempo y no perder el tren del "momento inversión". Y me refiero a esos deberes que les ha propiciado Ignaçi Guardans, el director general del ICAA, y que el pasado jueves reunió en Madrid a la flor y nata del cine patrio y no tan patrio para explicarles contenido y desarrollo de esta nueva normativa.

Que necesitábamos un nuevo marco legal era indiscutible. Que el reglamento que desarrolla esta ley sea el que más conviene al cine español también es discutible en todo su ámbito, aunque muy necesario. Pero sobre todo, lo importante es que, por fin, la inversión privada verá en este negocio un reto para su capital. Con oportunidades como la creación de figuras nuevas, Asociaciones de Interés Económico, y desgravaciones máximas y muy por encima (dos puntos) de las referidas al Patrimonio Histórico y/o Cultural ( en cine un 18 % del Impuesto de Sociedades), este texto era vital para un negocio que en otros países supone una gran oportunidad.

A esto, cabe añadir algo muy importante. Esta ley se suma a la anticipada, con capacidad previsora y muy oportuna, Ley del Audiovisual valenciano, del año 2006, en la que desde la Generalitat, se impulsaba el sector industrial del cine, la televisión y todo el audiovisual de nuestra comunidad. Incentivos, como los desarrollados con el 16 % tanto a rodajes en Ciudad de la Luz como a producciones en toda la geografía de nuestro territorio, así como creación del IVAC, Instituto Valenciano del Audiovisual y el Cine Ricardo Muñoz Suay, junto a unos estudios únicos en Europa, creaba ya la textura imprescindible para una industria mágica y real que genera economía allí donde esté.

Sin embargo, quedaba y queda por resaltar algo que no está suficientemente claro todavía. El mensaje nítido y transparente que debería emitir el ICAA y sus iniciativas legislativas es que invertir en cine, además de apoyar y potenciar la cultura, es un gran negocio. Un negocio en el que la creación y captación de Fondos de Inversión, como los que hoy mueven todo el cine internacional, es básico. Películas como Avatar serían impensables sin la financiación privada, y esto es algo que, por fin, parece que el cine español empieza a vislumbrar como un futuro real e inmediato, aunque aún por caminar.

Es obvio que las ayudas deben y pueden, en la medida que la crisis prioriza otros gastos sociales de gran necesidad, ser uno de los puntales todavía de un tejido audiovisual europeo, así como el apoyo cultural al buen cine. Pero todo ello, no puede funcionar contra el signo de los tiempos, y esta ley va con ellos y debe desarrollarse en estas condiciones.

Ser productor o coproductor no tiene porque ser una "aventura romántico-suicida", como a veces por desgracia es, ni tampoco una actitud propia del subvencionismo cultural de los ochenta. Nuestra generación de productores, y en concreto los valencianos dan buena muestra de ello con su buen hacer. Saben y defienden que ningún negocio sin riesgo existe hoy por hoy, y con ello juegan cuando producen las películas que hoy rodamos en Ciudad de la Luz con orgullo.

Pero el jueves, en los salones del ICAA, se hablaba en otro lenguaje, como se habló en el año 2006 en las salones de la Generalitat. Por fin el lenguaje del futuro; un lenguaje que ya piensa, como nosotros, en los grandes nichos de inversores mundiales y en los empresarios que hay que convencer de que fabricar cine es tan rentable como cualquier otro negocio. Solo que, además, es realmente emocionante.

Qué mejor que "fabricar" sueños en 35 milímetros o en digital que supongan pasar a la Historia con el orgullo de haber contribuido a la cultura: Pero también, que mejor opción para generar con ello riqueza social.