El esplendor y la fiesta terminaron y ha llegado el tiempo de austeridad. No es nuevo, en el año 55 antes de Cristo, Cicerón escribía: "El presupuesto debe equilibrarse, el tesoro debe ser reaprovisionado, la deuda pública debe ser disminuida, la arrogancia de los funcionarios públicos debe ser moderada y controlada, y la ayuda a otros países debe eliminarse para que Roma no vaya a la bancarrota. La gente debe aprender nuevamente a trabajar, en lugar de vivir a costa del Estado". 2.065 años después, las recomendaciones siguen siendo válidas, ¡qué poco hemos progresado!

Para lograr el equilibrio presupuestario, la liquidez financiera y la reducción de la deuda no basta con la restricción del gasto público y se debe actuar mejorando los ingresos fiscales. En ello se está. Hace tres días se ha subido el IVA general, y el reducido, pese a las conjuras de los detractores, porque nuestro IVA es el más bajo de la Unión Europea, y, pese al aumento aún sigue siéndolo. No se aumentó durante el auge porque se corría el peligro de acelerar la inflación. Ahora que el estancamiento del IPC subyacente lo permite y nuestro déficit nos lo exige, ya no hay excusas, se impone la estabilidad financiera porque es imposible sobrevivir en la opulencia con bolsillo de pobres.

La subida del IVA en algo retraerá el consumo, pero, lejos de demagogias, hay que pensar que los efectos sobre los precios serán leves porque el aumento impositivo ha sido pequeño, parte de los contribuyentes no lo van a incorporar a los precios y su alcance se verá amortiguado al coincidir con las rebajas.

Hasta ahora los cambios fiscales han recaído sobre las clases baja y media y sobre los rendimientos del trabajo, dejando muy de lado a las rentas de capital y a los grandes patrimonios, cuando debiera ser al revés, o con igual intensidad. En palabras de J. F. Kennedy: "Si una sociedad libre no puede ayudar a sus muchos pobres, tampoco podrá salvar a sus pocos ricos". Quizá por ello, ante el lógico aluvión de críticas, Zapatero, habló de que la subida de impuestos afectará "a los que realmente tienen más y no a la clase media, que ya soporta una buena parte de los esfuerzos fiscales del país". El dardo lo corroboró José Blanco: "Se ha abierto la reflexión para que paguen más los que más tienen" y el vicepresidente, Manuel Chaves, lo ratificó, aunque después, la vicepresidenta Salgado, aclaró que el cambio no es inminente y se preparará para el próximo año.

¿Cómo van a materializar una mayor carga tributaria para el 2011? Zapatero lo concretó algo más en el Congreso, "se creará una nueva figura impositivaÉ que sólo afectará a quienes tienen una alta capacidad económica, pero no al 99,99% de la población". ¿Se está pensando en resucitar al impuesto sobre el patrimonio, a la sazón, en letargo desde hace dos años? Los presagios anuncian que sí, aunque asemejándolo al impuesto francés de solidaridad sobre las fortunas, que se aventura serán las que superen el millón de euros, excluyendo la vivienda habitual y los activos relacionados con el negocio que al contribuyente le sirvan para vivir.

Pero hay profundas discrepancias entre los miembros del Gobierno en materia de aumentos fiscales: la vicepresidenta Salgado y el ministro Sebastián son contrarios a más subidas, cosa que consideran necesaria los ministros Blanco y Corbacho. En el debate se manejan las dudas sobre qué impuestos actuar, y se baraja la posibilidad de elevar el tipo máximo del IRPF, ahora en el 43%, incorporando dos tramos más hasta llegar a un 50% para rentas más altas. Elevar el Impuesto sobre Sociedades hasta el 35% para las grandes empresas es una opción probable, como lo es que las Sicav multipliquen su exigua tributación evitando que sean un oasis fiscal para las grandes fortunas. No se desestima suprimir tantas deducciones que cercenan la capacidad recaudatoria; y aumentar la fiscalidad sobre las loterías, sobre el tabaco, alcohol y sobre los hidrocarburos. Todo un elenco fiscal del que algo saldrá y que se debería acompañar, en todo caso, de una mayor persecución al fraude, eliminando las sempiternas oportunidades de perdón cuando se detecta o se busca aflorar el dinero negro.

La mayor fiscalidad sobre el capital debería ser efectiva, sin el paliativo de que si se le gravase más huiría ¡menuda sinrazón! No es motivo que el capital sea muy importante para la economía, porque también lo es el factor trabajo -el capital humano-, y soporta la sobredosis fiscal a que se le somete. Todos deben entender que la justicia y la equidad es innegociable, más ahora, cuando las campanadas del reloj han transformado en Cenicienta a nuestra economía, hasta ayer vestida de princesa, y su deslumbrante carroza se ha convertido en un carro por el que nos darán una solemne calabaza los mercados y las instituciones -en fin, los que mandan- si no tiramos pronto todos de él.