Siempre se ha dicho que la mejor publicidad es el boca a boca, aquella que consigue el máximo beneficio con la menor inversión. El iPad es el caso extremo: a base de crear la necesidad en foros de Internet y prensa, se han vendido miles de ejemplares de un producto que nadie sabe muy bien en qué puede solucionar la existencia de su propietario. Lo mejor es que un producto venda gracias a su utilidad o a sus bondades, aun cuando se ha invertido poco o nada en su publicidad. De esa forma, el producto vende por él mismo, porque es el mejor. Fue lo que le pasó a La sombra del viento, el éxito literario de Carlos Ruiz Zafón: fue finalista del Premio Fernando Lara en 2001, pero ya nadie se acuerda de la obra que ganó ese año, y todo gracias al boca a boca. Si se hubiera anunciado esa novela a bombo y platillo, lo más seguro es que se hubiera generado una gran expectativa que quizá después no se hubiese satisfecho.

Lo mismo ocurre en política. Hace pocos días vi por la televisión local que ocho concejales, de partidos variados y diferentes, acudían a inaugurar, encorbatados y orgullosos, la compra de una máquina excavadora para el pueblo. Podría haber sido un parque u otra cosa, y lo mismo valdría para cualquier otro lugar del mundo. El hecho en sí de la inauguración es lo que no tiene sentido, ya que el ciudadano de a pie es quien se va a dar cuenta de que ese nuevo vehículo es útil o de que el parque ha sido reformado. Y va a agradecer eso mismo, y no la inauguración en sí. Es como si los tres socios de nuestra empresa, "Carmencita", fuéramos vestidos de traje y ante los medios de comunicación cada vez que un camión contenedor sale lleno de nuestros productos. No. Lo que la gente quiere es poder comprarlos en el supermercado, al igual que quiere disfrutar de ese parque y pasear por esa calle. Si se pierde tiempo inaugurando cosas, seguro que ese tiempo no se utiliza actuando y solucionando problemas. Y la época en que vivimos es para aquellos que actúan, para aquellos que dejan los anuncios de sus futuros éxitos para que corran en el boca a boca de las personas que los aprecien y valoren. En esta época de crisis no valen escaparates, sólo trabajar más y mejor.

Rodríguez Zapatero anunció que la crisis sería corta y pasajera, lo que a la larga ha complicado la situación económica de España y, lo que es más grave, el estado anímico de todos los españoles. Luego anunció que aplicaría unas medidas en vez de aplicarlas al momento. Todo eso generó una confianza previa que, poco a poco, fue mermando. Y con cuatro millones y medio de parados tenemos que dejarnos de anuncios y empezar a actuar contundentemente. En el lado contrario, Mariano Rajoy anuncia ya dos años antes, aupado por encuestas trufadas de crisis, su segura victoria; en lugar de empujar el carro de España, pone piedras en el camino para que le allanen el mismo y llegar a la Presidencia. Los ciudadanos y su voto, que son los protagonistas, toman nota. Tanto el Gobierno como la oposición deberían de trabajar en equipo para la salida de la crisis y dejar los anuncios y la publicidad partidista para otro momento.

En nuestra vida diaria también hay que actuar. En este mundo global de la inmediatez triunfa el que actúa. Después se podrán limar los posibles errores y corregir algunos fallos. Sin embargo, el hecho de demostrar esa capacidad innata y única de decisión rápida (que hoy tanto se echa en falta) permite a los que nos rodean confiar en nosotros. Por el contrario, la indecisión genera desconfianza. La pasividad también. El actuar a tiempo, y sobre todo cuando los medios de comunicación no están delante para sacarnos a todos bien peinados y aseados, es la señal del buen gobernante. Y esta crisis necesita de esos buenos gobernantes-silenciosos para seguir caminando hacia el futuro.