Lo que hoy llamamos "botellón" es un fenómeno que tiene una larga tradición en Alicante pero que nunca se ha abordado integralmente. Quizá sea mejor eso que convertirlo en un problema de orden público buscando soluciones mágicas, urgentes, ignorando su complejidad. Por eso fue desacertada la reacción de la alcaldesa Castedo cuando anunció intervenciones policiales y, sin consultar con nadie, la instalación de un "botellódromo" permanente en zona portuaria. O sea: tratando de aislar a los participantes en una alternativa de dudosa legalidad y efectividad. Característicamente, varias organizaciones, incluidos partidos de oposición, le hicieron el juego a la alcaldesa y se apresuraron a ofrecer alternativas al sitio del botellódromo, con diversos matices, pero sin aventurar salidas distintas, que se enfrentaran desde otra perspectiva a la realidad. La propuesta de Castedo pasó de la euforia a la nada y, recientemente, ella misma, en una red social, ha respondido con un lacónico "no" a la pregunta sobre si habrá botellódromo; más allá ha ido el edil de Seguridad, al asegurar que "el botellón no existe" y que, por lo tanto, "no se combatirá". Ante esta sinrazón parece que merece la pena esbozar algunas reflexiones.

El botellón, definido como la reunión masiva de jóvenes en espacios públicos a fin de consumir alcohol previamente adquirido, es una tendencia generalizada, aunque con expresiones locales diversas. La extensión del fenómeno obedece, por tanto, a razones generales, como la necesidad de espacios percibidos como propios más allá del bar comercial; el advenimiento de una "sociedad de 24 horas" en la que se desdibuja la frontera entre lo que se hace de día y de noche; la conversión del ocio en un espacio productivo y de beneficio económico; la dimisión parental en sus funciones de control hasta la mayoría de edad legal; la formación de una "placenta social" que fomenta la "eterna juventud"; la pérdida del significado de excepcionalidad de lo festivo; las nuevas formas de "interacción débil" entre jóvenes, etcétera. Tampoco es ajeno al fenómeno la degradación del Estado del Bienestar, fundamentalmente de los servicios públicos, y las limitaciones de los espacios destinados a jóvenes. Ante toda esta casuística, cualquier alternativa viable será inútil a medio plazo si se limita a minimizar las consecuencias sociales (quejas vecinales, imagen pública, gastos de limpieza, etcétera) y desatiende la totalidad de la cuestión, sus antecedentes y sus consecuencias. Así, hay que valorar también, por ejemplo, el poder de la publicidad del alcohol o los posteriores problemas de salud de personas acostumbradas a beber abusivamente desde la adolescencia.

Por todo ello deberíamos emplear instrumentos que en otros lugares han ayudado a comprender las nuevas formas de ocio juvenil nocturno y a conciliarlo con distintos derechos como el ocio y el descanso. En esa vía destaca el "Programa Futuro" de la Junta de Extremadura, una reflexión global que ha servido de ejemplo para otros programas aplicados en toda la geografía española. Además de comprometer convenientemente a los principales protagonistas, a las administraciones, a los profesionales de distintos ámbitos y a los medios de comunicación, la iniciativa extremeña generó el conocimiento y propuestas de intervención suficientes para promulgar su Ley de Convivencia y Ocio, normativa que ha posibilitado la creación de Espacios para la Creación Joven: lugares de encuentro, con usos alternativos y polivalentes, de ocio creativo, proporcionando herramientas de calidad a quienes quisieran desarrollar actividades artísticas, creativas e imaginativas sin limitación de horarios. Lugares, por cierto, ubicados en espacios industriales o edificios en desuso. Circunstancias todas ellas que también se encuentran en Alicante.

Pero no se trata sólo de considerar el resultado final del programa: igual o más importante es el reconocimiento de la heterogeneidad de los jóvenes que participan en el botellón y reducir la importancia de la asociación alcohol-ocio. No son iguales todas las actitudes juveniles ante el botellón: hay jóvenes que no se han iniciado todavía, jóvenes que están experimentando sus primeros contactos con el alcohol y su abuso y jóvenes que muestran una conducta más consolidada. Quizás de ahí provenga uno de los principales errores conceptuales de las alternativas al botellón que se han lanzado aquí: se trata de propuestas ideadas para paliar el problema a través de medidas indiferenciadas (botellódromos, conciertos, multas, etcétera) que no distinguen entre la diversidad de implicación de los jóvenes y la variabilidad de su conducta. De todo ello podría concluirse que la actual generación de jóvenes está asociada mayoritariamente a un alto nivel de consumo de alcohol y que el botellón es "su único medio de ocio". Si es así como la sociedad lo considera, estará propiciando medidas pensadas prioritariamente para el sector que más abusa del alcohol, olvidando las necesidades generales y, paradójicamente, dejando de lado que en los casos más graves el control externo no será suficiente. Con ello se desdeña fácilmente el influjo de la permisividad que hacia el consumo juvenil de alcohol suele tener la sociedad y los ejemplos más cercanos del joven. Es necesario intervenir también sobre esa transigencia que en gran medida se debe al juicio erróneo de considerar los actuales patrones de comportamiento respecto al alcohol como iguales a los de generaciones precedentes.

Por todo ello parece aconsejable:

1. El diseño de un programa complejo y sostenido en el tiempo que permita el conocimiento de la realidad, con participación de asociaciones de jóvenes, de padres y madres, cívicasÉ así como expertos -en salud pública, sociólogos, educadores, antropólogos, etcétera- que efectúen un diagnóstico de la situación y que incorpore un catálogo de experiencias desarrolladas en otras ciudades. Tras las fases de estudio y debate debería poderse ofrecer una propuesta razonada para el largo plazo.

2. No establecer un patrón rígido de reacciones: no parece oportuno crear un botellódromo permanente, que favorecería un "efecto llamada" de otras localidades, legitimaría el consumo de alcohol, etcétera. Frente a ello parece más sensato usar de respuestas flexibles, atendiendo a las diversas épocas del año, periodos festivos o propicios a la organización de botellones, etcétera. En estos casos parece adecuado combinar una iniciativa pública con fiestas excepcionales que aporten algún valor añadido y actividades nocturnas que puedan comenzar a diversificar la oferta alternativa de ocio. Tampoco es desdeñable que, en estas ocasiones, las fiestas de iniciativa pública se descentralicen, evitando concentraciones excesivas y regulando los flujos para reducir la conducción de vehículos de motor.

3. Insertar las medidas en un Plan Estratégico de Políticas para la Juventud diseñado por el Ayuntamiento en colaboración con el Consell de la Joventut, UA, Institutos, asociaciones diversas, etcétera.

4. Intensificar las campañas de información y prevención del consumo de alcohol y otras drogas, implicando a jóvenes, padres, colegios, etcétera, y fomentando formas de voluntariado en este campo.

5. Favorecer la cooperación de todas las administraciones públicas, sin desdeñar la propuesta de medidas legislativas en el sentido aquí indicado y según ha solicitado recientemente la Federación Española de Municipios y Provincias, que ha abogado por una Comisión de Estudio en el Senado y por evitar disparidad entre los tratamientos de cada municipio, que puede agravar la situación.

¥ Firman también este artículo por la Plataforma de Iniciativas Ciudadanas Adrián Martínez Ramos, Clemente Hernández, Ramiro Muñoz, Ernest Blasco, Olga Fuentes, Isidoro Manteca, Rafael Bonet, Mario Serra, Reme Amat, María Luz Díez, Araceli Pericás, Daniel Climent, Miguel Ángel Pérez Oca, María Teresa Agüero, Ángeles Cáceres y Manuel Alcaraz.