Estoy haciendo los informes de final de curso y de etapa a los niños de mi clase. En la mesa tengo sus informes anteriores, el cuaderno de observaciones individuales en el que he ido anotando algunos datos significativos tomados del día a día, las entrevistas mantenidas con los padres, varios trabajos suyos y el diario de clase con fragmentos de la dinámica grupal, conversaciones, proyectos de trabajo. O sea, todo aquello que he pensado que me podría hacer falta si me fallara la memoria.

Sin embargo me he dado cuenta de que cuando pienso en los niños con "afán evaluador", lo que menos me inspira es hacer constar si saben hacer bien los números o si se interesan por las letras, sino que más bien me dan ganas de explicitar cómo son, cómo se relacionan, en qué prefieren ocuparse, qué tareas les son más sencillas, o cuáles les cuestan por el momento.

En el esfuerzo de centrarme en cada cual tengo la sensación de estar viendo una película con las escenas pertinentes para rememorar las vivencias y poder así plasmar mis impresiones, mis sentimientos y mis dudas acerca de cómo ha sido un proceso de evolución en el que he sido acompañante y testigo privilegiado. Desmenuzando esta sensación, veo que pongo empeño en reflejar las particularidades, los cambios y las características genuinas de sus identidades recientes, señalando sus puntos más radiantes, pero también nombrando los detenimientos que les pudieran originar dificultades posteriores para que sus maestros y sus padres les puedan ayudar a superarlas.

Pongo empeño en que las demandas del currículum, las normas y la presión social actual no llenen de prisas y deseo de rendimientos excesivos un tiempo que pertenece a los niños para aprender, para relacionarse y para disfrutar a su ritmo y estilo. Y también en intentar que al leer los informes los padres entrevean parte del ambiente de aprendizaje, juego, palabras y relación que sus hijos han vivido en la escuela.

Pero sobre todo pongo empeño en explicar el modo que tienen los niños de encarar su aprendizaje. Si es con miedo, con interés, con reticencia, con entusiasmo. Si es con lentitud, con prisas, con tesón, con distracciones. Si es como respuesta a una demanda externa teñida de responsabilidades y deberes, o a un impulso interno de curiosidad y deseo de saber. Si es un aprendizaje fluido, creativo, abierto, confiado y alegre. O no.

Sé que en mi forma de analizar y valorar a mis alumnos se pueden entrecruzar cosas mías: estereotipos, errores de apreciación, proyecciones..., pero también sé que la intención es buena y que en mi narrativa evaluadora hay una mirada esperanzada hacia cada uno de ellos.

En este tiempo de finales me es inevitable pensar en los acontecimientos vividos con estos niños y con sus familias. Ha sido tanto lo que hemos compartido, en tiempo, en vivencias y emociones...

Los niños también han hecho su colección de momentos a recordar, que son así de entrañables: -Yo me quiero acordar de cuando jugamos en el patio, de cuando bailamos y de cuando vienen visitas./ -Yo de cuando fuimos a la playa a bañarnos./ -Yo de unos ositos que comíamos de merienda con la leche. /-Yo de la fiesta de los moros y los cristianos. /-Yo de cuando me pongo el traje de princesa, los tacones y las gafas./ -Yo de cuando nos lees poesías y cuentos./ -Yo del experimento del volcán./ -Yo de cuando hay cerezas de postre en el verano y de pintar cosas bonitas./ -Yo de los talleres y de la zapatería de clase./ -Yo de cuando leí palabras verdaderas la primera vez, fue en la puerta de la cocina y ponía: NO PASAR./ -Yo de cuando hacemos teatros en clase, porque me gusta hacer como si fuera "otra"./ -Yo del tesoro que tenemos, que me encanta, porque brilla todo y cuando me lo pongo, yo también brillo./ -Yo de cuando suena la música y tú bailas mientras nosotros pintamos./ -Yo de cuando nos medimos con "el metro de dos metros"./ -Yo de cuando vino mi madre y mi prima a bailar las sevillanas./ -Yo de cuando nos escribíamos cartas y las metíamos en el buzón./ -Yo de cuando pintamos con chocolate./ -Yo de cuando jugaba con los de mi patrulla a La Oca./ -Yo quiero acordarme de todos los amigos de aquí, que me da pena que se me olviden sus caras.

Como nos viene diciendo Jero hace unos días: "Hay que admitirlo, ha llegado el final".