No lo soporto. El Hércules ha subido. Lo siento, pero es superior a mí. Y no se equivoquen. Guardo un profundo afecto a la ciudad de Alicante. Incluso, soy de los que argumentó más allá de la lógica en su día a favor de un acercamiento desde Elche a la llamada capital, en materia de planeamiento, hasta que las autoridades alicantinas dejaron meridianamente claro, y no sin cierto desdén, que nada querían saber desde la estación de Benalúa -o lo que sea ahora- hacia abajo. Sin embargo, al Hércules ni agua. Ahí es donde hay que llevar la rivalidad. Así lo aconsejan la biología, la sociología, la inteligencia y el buen gusto. No soporto este ascenso. Y no tengo por qué ocultar una rabia tan incontenible como razonable. "En mis manos levanto una tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes sedienta de catástrofes y hambrienta". Sí, sí, Miguel Hernández era del Elche. No me lo discutan.

A los del Elche nos queda el refugio del recuerdo. El cobijo de la historia. El orgullo de haber ganado en ella la batalla de la excelencia si se compara con el triste bagaje del vecino. El Elche siempre cultivó un fútbol vistoso mientras el Hércules colgaba jugadores del larguero como máxima expresión de creatividad futbolística. El Elche, con su querencia sudamericana desarrolló una operativa milonguera, irresponsable, descuidada, parranderaÉ pero vistosa siempre y genial a veces. El Hércules, por su parte, practicó un fútbol sudoroso, burdo, hosco. El Elche compuso para su modelo una morfología aseada y creativa. El Hércules practicó un juego repleto de faltas de ortografía. Alicante nunca consiguió ser la capital futbolística de la provincia. El poder de la llamada capital administrativa no se vio recompensado con el talento sobre el césped. Mozart y Salieri. Curiosamente, desde una estructura social trabajosa y ruda, Elche produjo un fútbol exquisito. Por el contrario, Alicante, desde una estructura social exquisita y elitista, produjo un fútbol rudo y primitivo. El Hércules ni siquiera supo ser el equipo capitalino. Posiblemente, porque Alicante es una capital dudosa. En estos territorios cada comarca tiene su club. Como tiene su economía. Y tiene su cultura. Y compiten con la llamada capital -con el Hércules, por supuesto- que ha sido incapaz de articular, liderar o vertebrar nada. Al contrario, compite con todos. Y basa su poderío en una cuestión de tamaño. El Hércules, claro.

Además, el Hércules siempre hizo un fútbol de derechas. Físico. Autoritario. El presidente Camps no tuvo empacho en definir el ascenso como heroico. Siempre tan atinado y preciso. El plutócrata Ortiz tiene hoy su premio. Bienvenido en tan bajas horas para su sector. Una medalla póstuma al capitalismo ladrillero. Quizás, un brindis al empecinamiento especulativo.

Así fue la historia. Hoy, sin embargo, las cosas ya no son iguales. Al menos, para el Elche. Perdió su magia como símbolo de la ciudad y de sus aspiraciones. Perdió su fútbol frívolo. Y perdió el norte. Ha acabado la temporada entre sospechas de jugadores, altanería del entrenador y desconcierto del consejero Ramírez que parece haber olvidado sus compromisos iniciales y parece dispuesto a desguazar donde dijo armar y a recoger donde dijo poner. Es su derecho.

Así las cosas, y habida cuenta de que lo descortés no quita lo valiente, vaya esta elegía en forma de exabrupto y catarsis políticamente incorrecta en homenaje a los herculanos. Sí, efectivamente, así es el rebote que tenemos en este pueblo por el dichoso ascenso. Esta mascletá ha acabado produciendo la cremá del vecino. Disfrútenlo.