Muchas veces me he preguntado cómo es posible que los peces, los mamíferos marinos y las aves logren orientarse con la precisión necesaria para poder cruzar extensiones oceánicas inmensas, desiertos de agua en los que no existe referencia geográfica alguna susceptible de servir de señal. La intuición señala hacia el campo magnético terrestre como guía pero no se conocía ningún mecanismo vital capaz de detectarlo. Hasta que se descubrió que las bacterias producen y usan diminutos cristales de magnetita -de un tamaño cercano a los 50 nanometros de diámetro- que siguen las líneas del campo magnético. Esos cristales funcionarían como brújulas simples capaces de cumplir, en el terreno de la vida, la misma función que los mecanismos de nuestros barcos. Pero ¿qué artilugios vitales, qué órganos lograrían leer esa información? Las ondas magnéticas atraviesan huesos y tejidos sin ser afectadas; es ése el principio que hace de la magnetoencefalografía una herramienta muy precisa a la hora de detectar los campos generados por las neuronas y localizar así redes neurales activas en el cerebro. Pero, ¿y a la inversa? ¿Cómo se puede atrapar mediante recursos orgánicos lo que se propaga a través de ellos como un fantasma?

En abril de este año Kenneth Lohman, biólogo de la Universidad de North Carolina (Estados Unidos), publicó en Nature una síntesis de lo que se sabe acerca de las brújulas vivientes. En su artículo, Lohman -especialista de talla mundial en lo que hace al magnetismo relacionado con los animales- detalla los problemas que aparecen todavía a la hora de explicar cómo funciona el sistema. La manera más sencilla de hacerlo se refiere a la capacidad de los tiburones, rayas y otros peces para percibir los campos eléctricos que el magnetismo induce en las aguas marinas y en los fluidos de sus propios cuerpos. Pero son pocos los peces que cuentan con electrorreceptores y, por añadidura, no se puede pensar en un mecanismo así fuera del agua marina, que es muy conductora. ¿Cómo se las arreglan los seres terrestres o los que vuelan?

Dos posibilidades amplían el rango de las hipótesis para las brújulas vivientes: los cristales de magnetita y los magnetorreceptores químicos. Peces como el salmón y la trucha arcoiris cuentan con magnetita en la región nasal. Tal vez esos cristales, al alinearse respecto al campo magnético, presionen zonas nerviosas produciendo señales eléctricas detectables por el cerebro. Pero ni todos los animales disponen de magnetita, ni esos cristales son semejantes en los seres que sí los tienen. La magnetorrecepción química amplía las posibilidades: el campo magnético terrestre influye en las reacciones bioquímicas modificando el magnetismo que, a nivel molecular, producen los movimientos de los electrones libres. Una fórmula más para deducir lo obvio: que la selección natural es capaz de llegar, por vericuetos muy diversos, a maravillas como la orientación de los seres vivos que nos dejan perplejos.