Nos contaba el catedrático Rafael Domingo Oslé, que cualquier protocolo de gestión de crisis establece como regla básica que quien te mete en ella no te saca de la misma. Viene a cuento de los intentos que algunos alcaldes parecen estar haciendo por dar un impulso nuevo al territorio de la Vega Baja con el fin de mejorar la terrible situación por la que estamos pasando. Hablan de áreas metropolitanas, ZAL o puertos secos y de nuevos polos de excelencia que orillen, siquiera parcialmente, el monocultivo de ladrillo.

Si nuestro ilustre profesor se refería a la inconveniencia de Zapatero para gestionar una crisis, que no ha sido generada por él, pero que lleva su retrato, lo mismo cabe aplicar a los alcaldes que ahora hacen de bomberos cuando hasta hace poco brillaban como pirómanos de esa burbuja inmobiliaria que nos ha estallado en la cara y destruido territorio, mermado la competitividad, lastrado la elasticidad del sistema productivo, promovido la corrupción y elevado el paro a cuotas de alarma.

Estos alcaldes han aprobado planes urbanísticos o están en trámites de hacerlo que contradicen los postulados que ahora defienden, con la boca pequeña, y que hasta hace poco denostaban. A ellos y a cuantos avisábamos del mal que se estaba produciendo.

No creo que se lo crean, no creo que estén capacitados y no creo que realmente lo deseen. Las mismas jornadas que organizan, los ponentes que intervienen denotan una endogamia invalidante; las opiniones que escuchan las han elegido a gusto y son la excusa para seguir ellos mismos pontificando deleitándose en el autobombo. No han acabado con la huerta de milagro, pero poco falta, y han encementado bárbaramente el litoral sin escrúpulo alguno. Ahora nos vienen de salvadores.

Distintas plataformas, foros, cátedras y universidades de la provincia están reivindicando la huerta como BIC cultural y la protección de la línea litoral o de algunas reservas como Sierra Escalona - Campoamor, sus peticiones caen sistemáticamente en saco roto y los instrumentos de planeamiento se han empleado a fondo para acelerar su degradación. Estos grupos han encontrado una relación directa entre estas políticas y la situación presente, con su correlato de corrupción institucionalizada. No se limitan a poner en evidencia los errores, sino que aportan soluciones inteligentes y razonables, más incluso, necesarias.

Desde aquí, quiero denunciar la impostura que representa que esos mismos agentes nos den lecciones y pretendan dirigir de nuevo el cotarro.

Los partidos deberían tomar nota, cambiar cabezas, establecer compromisos claros compatibles con la conservación del territorio, del patrimonio y de la diversidad, así como de fomentar la preparación, la capacitación y las iniciativas que favorezcan un nuevo modelo, que a la larga repercutirá favorablemente en los dos pilares básicos de nuestra economía: el turismo y la construcción.

Es el momento de repensar el territorio con voces nuevas, de repensar la ciudad y hacer estas más sostenibles, construyendo desde dentro hacia afuera y frenando las expansiones que desvertebran la trama urbana y saquean el territorio. Hay que recuperar la Agenda 21 y construir de acuerdo al paradigma mediterráneo que ha demostrado, como en la gastronomía, ser el más saludable, el más sostenible.

Para concluir recuerdo algunas de las medidas propuestas en las V Jornadas en defensa de la huerta, que fueron coordinadas por el impagable profesor Gregorio Canales: Diseñar un plan de acción territorial con la participación de todos los agentes socioeconómicos, donde quede definido el uso que se le va a dar al territorio, cuya zonificación e infraestructuras sea coherente con la agricultura y el paisaje.

Promover y valorizar el paisaje de huerta tradicional, como estrategia de desarrollo sostenible, aplicando la Ley de Ordenación y Protección del Paisaje (2004) y Reglamento del Paisaje (2006) de la Generalitat Valenciana. Proponer a la UNESCO la declaración de Patrimonio de la Humanidad de tipo inmaterial para los Juzgados Privativos del Agua y de carácter material a la red de riego y avenamiento por gravedad de la huerta, dado su valor histórico, social, cultural, patrimonial y ambiental. Y, digo yo, que dejemos de entubarlas, que nos sobra cemento.