¿Por qué ha elegido el periodo entre 1950 y 1975 para los relatos de su libro?

Porque es el periodo en el que hay más diferencias con respecto al tiempo actual, en el que la vida ha cambiado tanto. La generación de los que han nacido en los cuarenta y cincuenta es una generación privilegiada, porque ha conocido un cambio enorme. Hemos pasado de la Edad Media a la modernidad. El salto ha sido prodigioso: avances científicos, cambios en las costumbres sociales, el nuevo régimen político, la forma de ser de los españoles... Ese cambio es muy importante conocerlo porque sólo hay otro similar, la Revolución Industrial. Otros aspecto importante es que somos la primera generación que hemos vivido 70 años sin una guerra en España.

¿Tanto ha cambiado el país de su libro al actual?

El cambio es brutal. Un vecino me dijo que el libro debería ser obligatorio para la gente joven para que se hicieran una idea de cómo era España.

¿Hemos cambiado a peor o a mejor?

Cualquier tiempo pasado fue peor. Ahora cualquiera tiene un Mercedes, un Audi o un BMW. Y las carreteras que había... En el libro recojo el relato de un taxista que llevó a mi padre por una carretera llena de baches y que le dijo "Julio, para esto hemos ganado la guerra".

¿Cómo ve la España actual?

La veo chunga. Aunque no hay motivo para que estemos como estamos: crispados, infelices, estresados y ansiosos. Tenemos unas expectativas que son falsas y utópicas y como vemos que no se cumplen lo pasamos mal. Si ahora la gente se queda sin irse 15 días de vacaciones a un lugar lejano se encuentra frustrada y se cree desgraciada. Eso no es así. Hay que ver lo positivo, porque tenemos muchas cosas buenísimas, sobre todo en comparación con tiempos pasados. Tenemos que agarrarnos a lo que tenemos y no pensar en lo que no poseemos.

¿Era muy distinta la sociedad de aquella época a la de ahora?

Han cambiado las costumbres y las posibilidades económicas y eso cambia la vida. Hace 40 años, que una pareja sin casarse se fuera a vivir junta era rarísimo. Sólo lo hacían los cómicos, que estaban proscritos por la Iglesia. Ahora hacemos lo que ellos han hecho toda la vida.

Con la Iglesia hemos topado...

La Iglesia impregnaba la vida de los ciudadanos, desde el nacimiento hasta la sepultura. Ahora hay mucha gente que no está bautizada, que no hace la Primera Comunión, que no se casa por la Iglesia... Antes el Caudillo entraba en las iglesias bajo palio y custodiado por la jerarquía eclesiástica. Hoy es inconcebible que eso lo haga el presidente del Gobierno o el Rey.

El cambio a nivel económico también es sustancial.

Antes la gente estaba a dieta por obligación y ahora lo está para adelgazar. Con eso esta dicho todo. Las casas de la época, el equipamiento de las cocinas, los coches, las carreteras...

Ha ejercido como catedrático de Lengua y Literatura española durante más de veinte años. Desde ahí, ¿como ve el cambio en la educación?

Hemos pasado del profesor con la regla en la mano y los castigos inhumanos a un extremo de permisividad. La autoridad de los profesores está bajo mínimos. Eso no es bueno ni para ellos ni para los alumnos. Últimamente se está reequilibrando el sistema porque no hay paz en las aulas. Y sin paz no puede haber educación ni enseñanza.

Como experto en nuestro idioma, ¿considera que la prensa lo emplea bien?

En general se escribe bien, pero, como el espíritu que impera en esta época es el de lo práctico, los periodistas no se toman la molestia de encontrar la mejor palabra para explicar los conceptos. Piensan que con que nos entendamos sobra, y no es lo mismo, porque nos enteramos mejor cuando hablamos bien. Si no, da lo mismo una montaña, que una sierra, que una cordillera, que un cerro. Todo son elevaciones del terreno, pero muy distintas. Hay que hablar con propiedad y corrección.