Con los sanfermines a la vuelta de la esquina, es inevitable poner sobre la mesa el caso Javier Solano. El que fuera comentarista durante veintidós años seguidos en las transmisiones de La Primera abandona el cargo por una cuestión crematística. No por el ERE. No por problemas de salud. Por el maldito parné. Francamente inexplicable.

De verdad que no lo entiendo. No entiendo cómo es posible que alguien con la autoridad moral de Solano haya pedido más dinero por hacer lo que hace tan bien.

Sí comprendo la postura de Televisión Española de no darle ni un euro más que los años anteriores y cubrir su hueco con otro profesional de la casa. Las empresas son así. Pero precisamente porque las empresas son así, los individuos que merodeamos bajo su paraguas debemos olvidarnos de las cifras y conquistar las letras. Olvidarnos del dinero y elevar lo que hacemos a la categoría de lo inescrutable, aunque suene ingenuo. A la realización personal.

Es lo que yo hago desde hace más de veinte años, y no me quejo. Todo apunta a que a Javier Solano le ha dado un ataque de amor propio. Gajes de la madurez. ¿Pero cómo puedo cobrar los meses de julio lo mismo que los agostos y los septiembres? Así lo ha expresado, y el resultado es que este 2010 dejará de ser la voz de los encierros en la pública. Pierde él, y perdemos nosotros.

Que se merecía más sueldo es algo razonable. Que no corren buenos tiempos para pedir el aumento, también. No sé, pero me da a mí que del 8 al 14 de julio a eso de las ocho de la mañana, lo tiene que pasar mal. Ser la voz de aquello que amas no tiene precio. Y él ha querido ponérselo.