Los más viejos del lugar recordarán aquel programa de "la" televisión titulado La Clave. Un tema diferente cada semana, una película alusiva al mismo y presencia de conocedores del asunto para discutirlo que, por tanto, cambiaban semanalmente. Tonos tranquilos, turnos de palabra respetados por personas que sabían de qué hablaban y sosiego general para ver las diferentes caras del problema que se tratase.

La radio también tenía su referente. Se trataba de La Linterna de la Cope (hablo de los años 80, claro). Por las noches, periodistas de diversa orientación política intentaban aportar datos y explicaciones sobre la política (madrileña, por supuesto) introduciendo informaciones y criterios que, efectivamente, servían de linterna para aclararse en lo que entonces sucedía. Tal vez no fuese la "tertulia decana de la radio", pero sí creo que marcó una tendencia que después se ha generalizado: la de la proliferación de tertulianos.

Aquel extremismo podía producir abundantes dosis de aburrimiento. El extremismo actual tiene otros efectos secundarios.

La que se venía encima podía haberse adivinado cuando, en una de aquellas noches radiofónicas, hubo un rápido y desagradable cruce de insultos entre Emilio Romero y otro periodista cuyo nombre no recuerdo. El director del programa cortó rápidamente el incidente ("vamos a publicidad", que siempre es una buena excusa) y no hubo nada. Pero las cosas no se veían venir: venían.

El corte abismal puede situarse en el programa de Canal 9 llamado Tómbola. Colores chillones, tertulianos que se quitan la palabra unos a otros, gritos, aplausos de un público más o menos real, superficialidad absoluta y banalidad extrema. Ha hecho escuela. Los insultos de aquella noche en la radio, también, pero con sus matices, como siempre.

Las tertulias radiofónicas ahora suelen ser militantes. Tratan de "ofrendar nuevas glorias" a quien corresponda o, mucho más frecuentemente, quitárselas. La información es sustituida por la valoración o evaluación, eso sí, arrimando el ascua a la propia sardina. Frente a un político como el "mentiroso compulsivo" de ZP o el "mari-con-plejines" de Rajoy (según aparecía en el vocabulario losantiano cuando todavía podía escucharle), si se está en su contra y hace una declaración, se le desdeñará por su afán de protagonismo. En cambio, si no la hace, se le acusará de cobarde por no haberla hecho.

Los tertulianos ahora, van con su agenda mucho más clara que la de los viejos tiempos: van a opinar sobre lo que sea, lo conozcan o no, de forma que la noticia sea la opinión, no el hecho. Obvio: no pueden conocer todos los temas posibles que el director pone encima de la mesa -porque ahora también entran las cuestiones internacionales-, pero eso no hace al caso. Supongo que se habrá removido en su tumba el pobre Wittgenstein que dijo aquello de que "de lo que no se puede hablar, mejor callarse". No importa: hay que levantar la voz, quitarse la palabra mutuamente y soltar la andanada que corresponda.

Claro que veo programas televisivos de los llamados "del corazón". No siempre de manera voluntaria, pero los veo. Su estructura, no su contenido, se parece a algunas tertulias igualmente televisivas (y a sus hermanos radiofónicos). En ambos casos, el modelo Tómbola es el que parece dominar con más o menos fuerza. Algunos se parecen más, otros menos. Pero quedan lejos de aquello.

Probablemente, si ahora se emitiese La Clave o se repitiese el modelo de aquella Linterna, no duraría mucho en antena, conocida la dictadura de la audiencia. La gente huiría despavorida de tal extremo. Lo que no sé es la razón: si es porque, efectivamente, los gustos han cambiado y la gente ahora no quiere aburrirse con temas serios y más o menos profundos, o es que los productos producidos desde este otro extremo han destrozado el gusto de la gente. Algo así como la comida basura, que es difícil para mí saber si es la causa de un gusto estragado o el efecto de un cambio en el gusto, movido, tal vez, por cambios en la sociedad, el trabajo y la oferta variada.

Suelo saltar, a principios de la mañana y de la noche, de una tertulia radiofónica a otra. No me suele interesar lo que dicen: ya conozco, de antemano, las valoraciones previsibles, cosa que abunda y se sabe con relativa facilidad. Me interesa saber de qué tema tratan (no cómo lo tratan que, como digo, ya lo sé por anticipado) y me divierte ver qué es "noticia" para unos y para otros.

Sobre los artículos de opinión como éste, mejor otro día.