La cultura occidental se basa en el debate, en la exposición de los argumentos a favor o en contra de los modelos y principios de actuación, que impliquen un perjuicio o beneficio para la sociedad que la constituye. Incluso el modelo de democracia se ve constantemente sometido a las dudas pertinentes. Pero por el mismo principio de libertad y de responsabilidad, todo individuo o grupo social tiene la obligación de participar en ese debate, o por lo menos de recibir la información para decidir sobre las condiciones en las que todos debemos convivir.

Uno de los debates culturales más importantes que están sobre la mesa en los últimos tiempos, en España, es la conveniencia de asumir unos principios de buenas prácticas en la selección del equipo directivo, del programa de funcionamiento de los museos y centros culturales, que se subvencionan con el dinero de todos, y que están adquiriendo un protagonismo importante en la economía y vertebración cultural del país.

Esto es un signo de voluntad democrática, de pasar de la designación a dedo, no se sabe muy bien con qué criterios o qué méritos, dependiendo de la formación del político o de sus fobias o filias, a la deliberación de un comité de expertos, en la que se tiene en cuenta un proyecto pormenorizado de los usos del museo, sus líneas de actuación, su adecuación al entorno social y cultural, a demás de la condición indispensable de la dotación de un presupuesto que le de independencia de actuación.

Pero qué debate se puede propiciar en Alicante, si nuestros dirigentes políticos, los dedos que nombran cargos, entienden que un museo es un continente a rellenar con actos sin inversión en las infraestructuras que lo hagan funcionar. En estos momentos se va a abrir dos importantes centros culturales, el Museo de Arte Contemporáneo y Las Cigarreras, de los que cada día recibimos ideas dispares y contradictorias. Tenemos la experiencia del MUBAG, la Lonja del Pescado, el Castillo, grandes salas, que después de tantos años no cuentan con una infraestructura efectiva, y se han limitado a ser receptoras de exposiciones producidas desde fuera. Vemos sucederse por estas salas un popurrí de propuestas, un caos que no ha logrado cuajar el interés, ni ha establecido una dinámica de estudio de nuestros documentos y patrimonio artístico, ni mucho menos de la contemporaneidad artística.

Hoy día, dependemos absolutamente de empresas culturales de fuera, de los críticos e historiadores de fuera, que poco pueden profundizar en nuestra realidad ya que desde nuestras instituciones no se han sentado las condiciones para ello, y hay un desconocimiento de las obras y documentos que la componen. Sin voluntad política de trabajo no hay debate, por mucho que la ciudadanía demande esta participación.