Hace unos días, coincidiendo con la clausura de la XIV Primavera Cinematográfica de Lorca, compartí mesa con gente del cine, algún director, algún guionista, alguna actriz de indiscutible trayectoria a la que la semana de cine lorquino le tributaba un merecido homenaje, y alguna actriz jovencita rodeada de un séquito casi apabullante de primeras damas para que su estancia en la ciudad fuera agradable. La conversación derivó casi de inmediato hacia los terrenos del cine, de su relación con la televisión, hoy la verdadera industria en el campo de la ficción visual, del nervio de las series, refugio sin complejos de muchos profesionales que ya no descartan por sistema trabajos que proceden de la tele y cuyo destino es la pequeña pantalla. Se rememoraron las primeras series cuando sólo las hacía TVE, algunas consideradas hoy como pequeñas joyas clásicas.

Cada cual, en los momentos en que la conversación se ramificaba en pequeños grupos, entre dos, tres personas, trató de saber del otro, de la chica de al lado, del trabajo que hacía el de enfrente, de lo que suponía hoy ser actor, actriz, de los trabajos alimenticios que había que atender para sobrevivir. Y de repente saltó la pregunta que, de inmediato, estalló en la mesa de las 10 personas que la formábamos como un pequeño y dramático terremoto, tan revelador que hizo un silencio tan denso que sólo la actriz de indiscutible trayectoria alivió con la respuesta obvia. Bueno, preguntó la actriz jovencita rodeada de un séquito casi apabullante, ¿y tú quién eres? Soy Mercedes Sampietro, respondió la preguntada. Ah, ¿y a qué te dedicas?, preguntó con curiosidad la actriz jovencita, etc, etc. Pero Mercedes Sampietro, elegante, sólo contestó con una sonrisa.