E l Tribunal de Cuentas acaba de recomendar que se regule el uso de los medios de transporte oficiales para concurrir a actos electorales, entendiendo que la actual normativa no permite considerarlos como propios del partido, sino públicos, lo que constituye una laguna que debe subsanarse. O, lo que es lo mismo, mientras no cambie la legislación, los españoles tenemos que soportar el pago de los gastos que los políticos que ocupan cargos públicos realizan cuando se desplazan a actos de su partido. Y, ante esta petición, el PSOE, el partido que nos impone sacrificios, alega que los ciudadanos debemos pagar el uso de los aviones oficiales para fines particulares aduciendo razones de seguridad y el PP, en esa deriva populista que engaña menos de lo que creen, sólo pide cargar a las cuentas privadas de los partidos el avión de Presidencia, silenciando todo lo relativo al uso de los coches oficiales para actos privados o del partido. Hipocresía de ambos con el resultado de que volvemos todos a pagarles la fiesta de su despilfarro.

Me parece hipócrita que toda la discusión se reduzca a un solo medio de transporte y se obvien los demás. Mal está lo del avión, reprobable. Pero, ni más ni menos que el uso de cualquier otro medio de transporte para dichos fines privados o partidistas. A tales efectos, los gastos deberían en todo caso imputarse al partido o al usuario, no a los contribuyentes, no obstante lo cual, todos, sin excepción, cargan a las cuentas públicas sus desplazamientos no oficiales y todos, sin excepción, consideran que la razón de tal dispendio reside en la necesidad de garantizar su seguridad.

Pero, este razonamiento es absurdo, falso e intolerable, una más de las tomaduras de pelo de quienes se consideran con poder para hacer lo que su capricho les dicte. Porque una cosa es que usen dichos medios públicos que, es cierto, evitan que se ponga en riesgo la seguridad de nuestros representantes y otra bien distinta, que tengamos que pagarlos los ciudadanos. Una cosa no comporta necesariamente la otra como nos quieren hacer creer, siendo perfectamente posible distinguir entre uso y pago, permitiendo el primero y pasando la factura después a quien corresponda. Cuánto cuesta fletar un avión o usar un vehículo, equis, pues luego se pasa la cuenta y se salda por quien haya solicitado o generado el gasto. Lo que no parece de recibo es que los españoles abonemos los gastos electorales de una formación política por vía indirecta. Es verdad que Zapatero no deja de ser presidente del Gobierno aunque acuda a un acto privado o que Camps tampoco deja de serlo de la Generalidad cuando acude a sus actos de exaltación patriótica, pero eso no significa que hayamos de pagarle sus gastos privados, sus gustos, sus aficiones o sus desplazamientos privados.

El asunto del coche oficial es digno de figurar entre los que más caracterizan al político español. Con la excusa del riesgo de un atentado terrorista, que cada vez es menor y que, desde luego, no parece que pueda tenerlo un concejal de cualquier pueblo escondido, el coche oficial se ha convertido en un signo de distinción y alcanzar a usarlo es el deseo oscuro, el sueño de cualquier mindundi. Coche oficial, escolta y policía que le acompañe para dar más empaque al acto. Y es un gasto importante, pues al del precio del vehículo, que suele renovarse cada poco tiempo y ser de alta gama, hay que acompañar los conductores dispuestos las veinticuatro horas. Y a todo desplazamiento, créanme, suman y adjuntan facturas por dietas e incluso ha habido algunos que han pasado gastos de desplazamiento, es decir, pago del combustible, cuando han usado un vehículo pagado por el erario público. No digo nombres por vergüenza.

No me extraña, pues, que Zapatero use un avión. Si se lo dejan utilizar con una ley que lo permite, pues ya pagaremos otros. Y no se le cae la cara al pedirnos esfuerzos. Y no experimentan vergüenza alguna en negarse a pagar con su dinero lo que no es público. Hace poco, el alcalde de Sevilla, que aplaude los sacrificios y recortes sociales, se desplazó en avión hasta Barcelona y mandó por carretera a su coche oficial para que lo recogiera en el aeropuerto para pasear por la Ciudad Condal en su vehículo público. Ni taxi, ni vehículo particular. ¿Tenía miedo a que los terroristas le asaltaran? Francamente, lo dudo. Es el orgullo y la soberbia que imprime el cargo.

El PSOE no puede seguir por estos derroteros, so pena de perder la poca credibilidad que le queda y menos tener la escasa vista de dejarse sorprender por el PP al que se lo ponen tan fácil que debe uno preguntarse dónde están las mentes pensantes del partido de Gobierno. Seguramente desterradas por Zapatero, no fueran a hacerle sombra. Y, el PP, debe omitir discursos tan frágiles que sólo convencen a los convencidos, a los fanáticos, pero que generan rechazo en quienes meditan y razonan qué hay más allá del discurso del que se ha convertido ahora en el "partido de los trabajadores". Es que se han pasado de frenada.