En este mundo globalizado e interconectado al instante que nos ha tocado vivir (y sufrir), es difícil encontrar espacios para el encuentro personal y humano. Parece más sencillo llamar a alguien que ir a verlo; parece que queda mejor hablar en términos globales que locales. Sin embargo, en ese mismo mundo global, Armando Sala Lloret aún siendo internacional como el que más, jamás ha perdido su etiqueta de alicantinista, algo complicado en un ámbito lleno de "-istas" en el que él sabe moverse como pez en el agua. Antes zaplanista, ahora ripollista, pero siempre alicantinista, Armando mantiene relajado ese rictus señorial que se aprecia desde fuera y que poco tiene que ver con el alma real y sincera que disfrutamos aquellos que tenemos la suerte de conocerlo con intensidad. Porque él es amigo de Zaplana, por supuesto, pero también de Francisco Camps, de José Joaquín Ripoll, de Jorge Alarte, de Joan Ignasi Pla, de Ana Barceló, por poner un ejemplo. Amigo de los trabajadores, de los sindicatos, de los periodistas, de los conserjes, de los camareros y los metres, de los poderosos y los necesitadosÉ

Aunque todo se esté desmoronando a su alrededor, Armando permanece reflexivo y pausado, anteponiendo siempre los oídos a la boca y el entendimiento al primer impulso. Su éxito está demostrado, tanto en su carrera profesional como constructor y promotor, como en sus más de doce años al frente de la Vicepresidencia de la Caja de Ahorros del Mediterráneo y como presidente territorial de Alicante. Su humildad quedó patente el primer día, un mes de febrero de 1998, cuando en su nombramiento renunció a la vicepresidencia primera por la tercera debido a la presión de Murcia. Desde ese momento, ha vivido toda la etapa de crecimiento y esplendor de la CAM. En su cuenta de crédito que todos los años hace pública la CAM, como obliga la ley, su número siempre ha sido cero. En cambio, en la cuenta del corazón, esa que nadie ve, las cantidades son millonarias, porque donde se ha volcado Armando Sala es en la Obra Social de la CAM y, sobre todo, en la recuperación y protección de los más necesitados de la provincia. Cada año, entrega personalmente estas ayudas a multitud de ayuntamientos y asociaciones como Cáritas, Cruz Roja, colectivos de discapacitados, de ancianos, etcétera. Sus ojos brillan en ese momento. Ahí te das cuenta, como él mismo dice, que estás en el mundo para algo, que la vida tiene sentido.

Seguramente, si hubiera nacido en otra época, Armando habría sido consultor personal del Reino. Esa es otra de sus virtudes: si quieres saber algo realmente, tienes que hablar con él. Transmite como nadie la realidad de las cosas con una forma tan directa que asusta cuando uno no está acostumbrado. Al mismo tiempo, esa dureza y sinceridad contrasta con aquellos instantes únicos en los que Armando Sala puede transformar una sobremesa en una tarde inolvidable. Amante de la cocina alicantina, él representa, como nadie, la cultura y la tradición de la ciudad de Alicante y su provincia. Todo él es Alicante y Alicante es él: lo conoce el barrendero, el del bar, lo saluda la alcaldesa, el taxista, el comercianteÉ Cuando voy con él por la calle, siempre llegamos tarde a las citas, porque siempre tiene unas palabras, una sonrisa o un abrazo de consuelo para alguien. Es de esas pocas personas que tienen el don preciado de saber alegrar el día con su sola presencia, de saber encontrar la palabra exacta y el gesto preciso.

Su vida ha pasado por valles y montañas, como la de todos. Desde uno de esos montes, el Benacantil, Armando Sala Lloret contempla la ciudad de Alicante junto a su mujer, Carmen Berendes Rathje. Como buen alicantino internacional, la encontró, o lo encontró, en Alemania y, hoy en día, es su compañera y el amor de su vida. Juntos han sabido llegar a lo más alto que puede aspirar cualquier persona: la recompensa del afecto y el cariño que espontáneamente todos le profesamos.