Escucho en ese programa residual que hace Jesús Vázquez, perdón, que hacía hasta la semana pasada, un Jesús al que veo en los últimos meses decaído, atrapado, desganado, tarambana, decir que le molesta que a la tele se le llame la caja tonta. Lo dice porque dice no encontrar merecida correlación con los otros medios, radio tonta, periódicos tontos. La opinión no la suelta en esa cloaca conocida como Supervivientes, referente nacional del basurero catódico que, también por lo que veo, se está hundiendo en la pura miseria, así rebuzne Bea la Legionaria o Rafa Mora enseñe el cerebro, bien formado, un cerebro de gimnasio que da tanto de sí como tiempo le dedique a las pesas. Jesús Vázquez no dijo en Supervivientes que le molesta que llamen a la caja tonta la caja tonta porque nadie dice radio tonta o periódico tonto.

Sería tirar piedras sobre su cabeza. Lo dijo en La guillotina, programa que ha notado el filo frío del fierro afilado hasta que el cuerpo saltó por un sitio y la cabeza por otro. Se han limpiado La guillotina por poca clientela, una oferta demasiado elevada para el nivel intelectual por el que apuesta la cadena de Fuencarral.

¿A quién se le ocurre emitir un programa en Teleasco en el que nadie grazna, solloza, moquea, miente, escupe, inventa, denigra, humilla, rebana, o se embadurna en excrementos propios o ajenos, y trata de hacer caja con la mercancía? ¿A qué público iba dirigida La guillotina, si el que tiene la cadena parece imposible que se reconociera en un programa en el que, durante unos segundos, algo había que pensar? Al final, sensatos, se lo han cargado, de forma que ya tiene el dueño del estercolero otra horita para rellenar con salchicha de Isabel Pantoja, morcilla de Jesulín de Ubrique, o chorizo de Julián Muñoz.

La cosa degenerativa no ha llegado aún a su fase crítica. Cosas veremos que espantarán aún con más fuerza nuestras adiestradas tragaderas. Esta semana ha sido rica en pruebas de por dónde irá el futuro de la cadena.

José Manuel Parada, como saben, fue tirado sin contemplaciones desde el helicóptero para ver si su zorra maestría espabilaba a los pelagatos de la isla hondureña y remontaba la audiencia, que una vez que ha probado la sangre no se apaña con cualquier cosa.

Pero la audiencia no remontó y Parada volvió con las ubres llenas de ideas. Al primer descuido se tiró a la yugular del presentador de la barraca, y Jesús, sintiéndose un cristo atacado al que le remueven sus recuerdos, lo expulsó del paraíso en directo.

Y de nuevo, como un maná de ponzoña, la cadena ha entrado en ebullición contaminando con la diatriba a todos los programas, y no sé si, por mor de dar cumplida cuenta de la actualidad, ha saltado a los rigurosos informativos que maneja con látigo de domador Pedro Piqueras.

La que sí ha saltado como periodista íntegra que es, como profesional agraviada por trabajar en esa factoría del despropósito, es la periodista que se pone pimientos en la cabeza, o plátanos, u otras arquitecturas frutales, y se viste de mañica y se encara con denuedo de intrépida informadora a la jauría de reptiles que ella misma, y la cadena toda, ceban en las zahúrdas vigiladas de Gran Hermano, gran programa, referente de televisión de calidad con el que sí, menos mal, se encuentra cómoda Mercedes Milá.

La Merche tuvo a bien establecer los límites de la calidad, y seria, aunque sin pimientos en la chola, mantuvo como una jabata su digna posición afirmando que se avergüenza de pertenecer a Telecinco, pero matizo. No por llevar pimientos en la cabeza, presentar un programa nauseabundo como Gran Hermano, formar parte del tinglado morrocotudo de esa porqueriza, y arrojar desprecio contra la gente que critica su apestoso trabajo, no, de eso no dijo nada, lo dijo sobre la diaria infamia a la que su cadena, es decir, Sálvame, somete a María José Campanario y su maromo el torero, que debería de aprender, como el resto de lapislázulis de grana y oro, del novillero mejicano Cristian Hernández, ese chico sensato que ha reconocido no tener huevos para enfrentarse a los pitones del bicho. Ole sus huevos. A eso se le llama valentía.

Lo de La Merche causa perplejidad. Asegura, y lleva razón, que lo que hace la cuadrilla de Jorge Javier Vázquez no es, atención, periodismo.

¿Ella sí? Pero como en esas extensiones del delirio todo vale, la carne podrida también se mete en la tripa y se sirve como charcutería de primera. Hasta el agredido Jorge Javier ha hecho una lectura en positivo afirmando que está encantado de trabajar en una cadena como la suya porque hay libertad para decir lo que se piensa.

Es decir, Telecinco está alcanzando el clímax. Entre ellos se bastan. Unos se comen a los otros. Son las víctimas y los verdugos.

Karmele Marchante muerde el brazo de Lidia Lozano, que a su vez se merienda el cuello de Kiko Hernández, que no le ríe las gracias a La Merche, que entra en otra dimensión, se hace eco de la verdad revelada, y dirige el rácano desprestigio del que aún vive a la yugular de Paolo Vasile, que se toca los huevos encantado en su despacho viendo su propia creación.

Son Enemigos íntimos, como esta semana, creyendo que hablaba de otros, ha escenificado Santi Acosta, que ha regresado del infierno para colocarse de nuevo sobre las ascuas avivadas con metralla de esputos hidiondos y, por los huevos valientes del novillero mejicano, cansinos. Sobre Isabel Pantoja aún puede hablar mucha gente, incluso su gato, o el peral de su jardín.

Lo que me llama la atención, y mucho, es que haya un recuelo de audiencia, un santuario fiel, que asista durante casi cuatro horas a la nueva entrega sobre algo que tiene que ver con Isabel Pantoja, del mismo modo que Antena 3, y al día siguiente, montó otro bodrio sobre la cantante.

Cuando uno ve en el plató a los mismos de siempre dispuestos a una nueva sesión de marrullerías, lo único que le da ánimo es la fe en el milagro de que al no quedar carne ajena que trinchar se muerdan y devoren entre ellos. Perro comiendo perro.