Durante el partido de fútbol entre España y Suiza el consumo de agua descendió en Madrid hasta niveles asombrosos. Pudimos verlo en unos gráficos servidos a la televisión por el Canal de Isabel II. Durante el descanso hubo un repunte, claro, pues es el momento que aprovechamos para ir a la cocina o al cuarto de baño. Miles o millones de grifos se abrieron de forma simultánea, miles o millones de cisternas descargaron a la vez. En las casas de vecinos casi se podía escuchar el estruendo provocado por esta simultaneidad, como si viviéramos al lado de unas cataratas. El reportaje de la tele que dio cuenta de este fenómeno pretendía demostrar la atención que acaparó el partido. Tras mostrar las calles vacías, lo que es ya una estampa clásica, convencional, agotada, la reportera se acercó a las oficinas de la distribuidora de agua de la capital y preguntó por los consumos.

Buena idea, muy buena idea narrativa. Muy eficaz. Si quieres contar el centro de la realidad, vete a la periferia de lo real. Esto es lo que hizo la periodista cuyo nombre -lo siento- no recuerdo (tampoco me fijé en la cadena para la que trabajaba). A usted le encargan demostrar la parálisis sufrida por la ciudadanía durante el suceso deportivo y lo primero que se le ocurre es tomar la cámara y grabar la Gran Vía. Pero las primeras ideas no suelen ser buenas, están desgastadas. ¿Qué hacer? El agua, el consumo de agua. De ahí deduces el tiempo que la gente pasó en el sofá, sin pestañear, sin moverse. Lo bueno es que de repente comprendías también, en toda su extensión, el significado de la palabra sofá.

El sofá es un lugar, sin duda, pero es también, como el infierno, un estado. Imaginen un país entero sentado en el sofá, perdiendo entre sus cojines la calderilla, las llaves y la conciencia. El sofá adormece incluso cuando te encuentras perfectamente despierto. Así es como tú te ves, así es como te ven. El sofá es una droga desmovilizadora, pasivizante. Crea, como la heroína, tolerancia y adición. Sé de muchos prejubilados jóvenes que cayeron en la tentación de probarlo desde primeras horas de la mañana y ya sólo se levantan de él durante la publicidad, para ir a la cocina o al baño. Como si vieran un partido de fútbol eterno.