Me pasa cada vez más como a Pérez Reverte, sólo escribo del pasado y de las guerras, parece que no me va eso de que la sangre circule de forma ordenada por las venas, sino que siento una fatal atracción por el honor de las cruentas tragedias, aquellas en las que al pudrirse los despojos humanos destrozados en las batallas comienzan a crearse las leyendas que se transmiten de generación en generación.

Y puestos a ello, les voy a narrar algo que aconteció hace 25 años. Lugar de la contienda decisiva para el final de la guerra, un paraje a la vera del Paseo de la Castellana de Madrid de nombre Santiago Bernabeu, circunstancia, último partido de Liga entre Madrid y Hércules, exigencia, sólo la victoria sin otra alternativa, guerrilleros por doquier, Málaga, Valladolid, y cómo no, para que la historia se repita, Betis. Sí, el mismo que cinco lustros después nos encuentra en su camino en un duelo a muerte sin padrinos que hagan respetar las reglas del fair play.

Comienza el partido en Madrid, y no por azar, uno de los porteros del Málaga-Betis, no recuerdo cuál, salta al campo con vestimenta de similar color al trencilla que arbitraba el lance. Apercibido éste de la similitud en su colorido, ordena al cancerbero que se cambie inmediatamente, cosa que hace a ritmo caribeño, comenzando el partido 8 minutos después de que el Hércules empezara su particular contienda.

A ambos equipos andaluces les bastaba el empate para continuar en 1ª División, y dio comienzo el ritmo sabrosón del tuya-mía, ni una patada, ni un mal gesto, árbitro sin trabajo, caída fortuita de cualquiera de los contendientes seguida de la intervención del equipo médico de La Rosaleda en pleno ayudando a los masajistas de rigor, interrupción del juego durante varios minutos, y las radios transmitiendo a los figurantes que deambulaban por el campo de forma cansina, que tranqui, que el Hércules como osaba pensar que pudiera siquiera, meterle un gol al Madrid.

José Torregrosa, a la sazón presidente de los blanquizaules y en busca y captura por consumo de tranquilizantes ni siquiera escuchaba a Luis de Carlos, el último de los señores presidentes del Madrid, hacer el comentario de que no nos preocupáramos, que ese partido lo íbamos a ganar, que el Madrid ya no se jugaba nada y que lo que querían los jugadores era coger las vacaciones cuanto antes.

La segunda parte no cambió el decorado, los de la samba de la Rosaleda seguían a lo suyo, disculpa la patada, por favor pasa por aquí y luego te dejas caer por un amago de desgarro muscular, que a nadie se le ocurra tirar a gol no sea que el portero tenga la tarde tonta y se le ocurra entrar por un mal rebote.

Y cuando menos lo esperábamos, cerca del área del Madrid le llega un rechace a Ramos, que sin pensárselo dos veces se dirigió por la banda izquierda camino de la portería contraria, avanzó cuatro zancadas, y con su pierna buena, la zurda, lanza un zurriagazo que supera la estirada del portero, golpea con fuerza el poste, y queda a los pies de Sanabria, quien sólo tiene que poner el pie para pasar a la gloria.

En ese preciso instante dio comienzo en La Rosaleda otra guerra a muerte, sin piedad, salieron las facas y demás cuchillería albaceteña y la diplomacia saltó en pedazos. Mientras, en Madrid, un aprendiz de científico como yo descubría que Einstein tenía razón, que la ecuación espacio-tiempo alargaba el paso de los segundos como si fueran minutos, y Torregrosa encontró una fórmula perfecta para poder aguantar la agonía de los estertores del partido, simplemente se largó del palco, me pidió que acompañara a Luis de Carlos, y partió hacia la soledad de unos pasillos desiertos para hacer la carrera más difícil de su vida, evitar como presidente que el Hércules bajara a 2ª División. El resto de la historia ya lo saben, el Hércules permaneció, el corazón de Torregrosa, 25 años después todavía funciona, y de los dos tramposillos del sur, uno se hundió en la ciénaga de la 2ª División para luego desaparecer, el Málaga, y el otro, el Betis, seguro que pocos partidos habrá sufrido tanto en la historia como éste, y espero sinceramente que vuelva a sufrir 25 años después con menos fortuna y pillería.

Cuando lean esto me encontraré en Irún con mi hijo Guillermo, convertido al herculanismo por mor de unos profesionales que van a jugar uno de los partidos más importantes de sus vidas. Sólo les pido que en esos íntimos momentos que cada jugador disfruta antes de salir al césped, ambicionen pasar a las leyendas urbanas de esta ciudad, que recuerden a otros que les precedieron y sí fueron capaces de conseguirlo, que esos noventa minutos no son de miedo sino de arrojo y decisión, y sobre todo, que piensen que los partidos los ganan quiénes luchan con honor y bravura por la victoria, esa es la mejor prima.

P.D. Mensaje para Marina Valera, Vicente Crespo, Andrés Mérida, Juan Granda, herculanos con vitola, que seguro andan por el cielo esperando la cita del sábado. Que desde allí busquen a las miles de almas herculanas para que organicen la peña y desde allí animen. También les necesitamos.