Estuve recientemente en una jornada de formación a profesionales en la que uno de los ponentes era un motivador de recursos humanos que dirigió su intervención a fomentar el espíritu de lucha y necesidad de hacer frente a las adversidades, como mecanismos para hacer frente a momentos tan críticos como los que ahora vivimos. Y cierto es que me gustó esta iniciativa de fomentar encuentros formativos en los que aisladamente se intercale una ponencia dirigida a tratar sobre la filosofía con la que se debe afrontar una época tan difícil como la actual.

Una de las "expresiones motivadoras" que más me gustó es la referida a la necesidad que todos debemos asumir mirarnos al espejo todos los días para, además de cubrir nuestra necesidad de aseo personal, estar seguros de si al vernos reflejados en el espejo descubrimos en nuestros propios ojos si estamos dando todo lo que podemos para colaborar en salir de la crisis. Si vemos reflejado en el espejo a una persona que no se escuda en la crisis global para bajar los brazos y pensar que "esto no tiene solución", o vemos en el espejo a una persona que quiere tirar hacia delante y aportar su grano de arena en la parcela concreta que le corresponde.

Debemos insistir en que en toda organización todos y cada uno de los que la componen son importantes. Que los eslabones a los que nos hemos referido en otros artículos deben permanecer unidos y trabajar con la misma intensidad y que lo fácil es dejarse llevar por expresiones tales como "esto no lo arregla nadie", o "estamos perdidos". Así las cosas, mirarse en el espejo todos los días no debe consistir solo en una actividad relacionada con la higiene personal, sino, también, con la necesidad de mirarnos a nosotros mismos y, -si tenemos la suficiente autoestima-, saber si somos capaces de aguantarnos la mirada de ese "otro yo" que desde el otro lado del espejo nos está mirando, y es capaz de decirnos sin articular palabra si estamos siendo responsables en nuestro trabajo y en nuestra vida y si estamos dando de sí todo lo que podemos.

En estas situaciones, ya hemos señalado en otras ocasiones que lo más sencillo es fomentar la queja colectiva, la eterna canción de que nada funciona y que vamos de mal en peor. Sin embargo, nadie se percata de reflexionar acerca de si podemos optimizar nuestro rendimiento para tratar de paliar en alguna medida los efectos de esta situación. Si somos capaces de "arrimar algo más el hombro" y multiplicar nuestro rendimiento sin tener por qué estar pidiendo más a cambio. Y es que la costumbre inveterada siempre ha sido la de preguntar que "si voy a trabajar más qué me dan a cambio", cuando nos estamos dando cuenta de que, al final, el mantenimiento del rendimiento "al ralentí" lleva a situaciones de estancamiento global en todos los sectores.

No podemos acostumbrarnos a pensar que la respuesta a esta clase de problemas es externa a nuestro ámbito de actuación y responsabilidades, porque la suma de muchos pequeños sobreesfuerzos en el rendimiento personal puede provocar una elevación de la cifra de resultados, tanto en el sector público como en el privado. Y, por ello, todos los que nos levantamos por las mañanas y nos dirigimos al cuarto de baño deberíamos comprobar al mirarnos en el espejo si nos sonrojamos el vernos reflejados en él, o nos gusta ver lo que estamos mirando. Y no por lo físico, sino si aguantamos nuestra propia mirada sin girar la cabeza para otro lado. La mirada de la responsabilidad. Esa mirada que nos devuelve el espejo y que a nosotros nos pertenece y a la que no podemos engañar. Una mirada que sabe perfectamente si estamos siendo responsables, y una mirada que sabe si estamos poniendo excusas oportunistas para no dar de sí todo lo que podemos.

El espejo no miente, porque a nosotros mismos no sabemos hacerlo... aunque algunos también lo intenten pero no lo consigan.

Es como lo del algodón. Que no engaña...