La fiebre del ahorro que ha entrado en toda Europa no sólo afecta a la economía sino que incluso pone en entredicho la estructura administrativa de nuestro país. Tras la muerte de Franco hubo un acuerdo nacional para crear el Estado de las Autonomías, una división que en la mayoría de los casos ha funcionado y ha contribuido a crear una prosperidad desconocida hasta entonces. Siempre ha tenido detractores esta nueva concepción del país, y quizá se abrió, en algunos casos, demasiado la mano propiciando la creación de pequeños reinos de taifas en vez de crear dentro del Estado otras delimitaciones territoriales más lógicas desde el punto de vista económico. Pero si echamos la mirada hacia atrás se puede comprobar que ha sido por lo general positivo. Sin embargo, ahora vivimos una época convulsa y la falta de dinero obliga a racionalizar los servicios. No puede ser que existan ministerios con todas las competencias transferidas que lo único que hacen es duplicar personal y gasto. Un país mediano como el nuestro no se puede permitir ciertos lujos con los tiempos que corren. Tampoco deberíamos caer en discursos simplistas como es la supresión de ayuntamientos porque ésto supondría en el mejor de los casos, como dice el ministro Chaves, una ofensa para los ciudadanos afectados; solucionemos problemas, no los aumentemos. Además, la creación de mancomunidades para que varios municipios compartan servicios puede ser más práctico y útil que cerrar alcaldías. También se empieza a cuestionar el papel de las Diputaciones al afirmar que estos servicios se deberían dar desde la propia comunidad autónoma, pero hay que tener mucho cuidado en no tergiversar interesadamente el discurso a favor de una determinada corriente; las diputaciones son básicas para la subsistencia de los pequeños pueblos. La falta de fondos no puede ser la excusa para abrir un debate que pueda poner en peligro lo que tanto ha costado.