Hablan desde el anonimato. Casi nunca se les presenta antes ni después de que intervengan. Llevan a cabo los boletines de noticias de la radio pública las horas en punto, y hay de todo, como en botica. Algunos lo hacen bien. Entonan. Dan sentido a todo lo que dicen. Le ponen intención. Y no se saltan ni un punto ni una coma. Mientras otros, u otras, encabalgan oraciones como si nada, uniendo circunstanciales con sujetos y predicados que no les pertenecen.

Si quieren saber a qué me refiero, y dado que como muestra vale un botón, escuchen cómo dan paso, al final del boletín, a la programación de la antigua Radio 1 y Radio 5. De una forma tan plana y rutinaria que, si no nos lo supiésemos de memoria, dudaríamos sobre dónde se emite el programa y dónde continúan las noticias.

Mejor no dar nombres. Se dice el pecado pero no el pecador. Pero es una verdadera pena que periodistas que tienen ante sí la enorme responsabilidad de explicar cada hora, muchas veces en primicia, lo que pasa en el mundo, contando para sí el impresionante dispositivo técnico y humano del que sólo es capaz la radio pública, trasladen al oyente tal grado de displicencia.

Están calientes en invierno. Fresquitos en verano. Tienen a su disposición teléfonos fijos y móviles, impresoras y conexión con Internet. Y por si fuera poco, cuentan con la seguridad de un sueldo de funcionario. Pero, por las formas que guardan, parece que les invade un mecanicismo impropio de alguien que debería disfrutar, y de qué manera, con su trabajo. Puede que no sea para tanto. Que sólo se trate de una entonación viciada. Sea como fuere, algunos de sus jefes deberían reflexionar al respecto.