Los tiempos mudables como los actuales son ubérrimos en lances inesperados y situaciones sorpresivas. Y algo de esto noté el otro día escuchando la entrevista que Iñaki Gabilondo mantuvo con Juan Costa, (hermano de Ricardo Costa, único sancionado al día de hoy por el escándalo Gürtel), y al que todos recordamos porque fue ministro de Aznar y, más tarde, porque hizo amago de disputarle a Mariano Rajoy la presidencia nacional del pepé.

La sorpresa viene de que, a propósito del libro que acaba de publicar, La revolución imparable, Juan Costa hizo un potente alegato medioambiental que en nada desmerece de los discursos del ecologismo oficial: alertó de los peligros del cambio climático y llamó a tomar medidas radicales para evitar el colapso del planeta que, según él, se producirá a fecha fija. Y no solo eso. A lo largo de la entrevista, desgranó datos por todos conocidos acerca de los desequilibrios sangrantes que se dan entre ricos y pobres, abundando en la idea de que no puede aceptarse un sistema económico que condena a miles de millones de personas a la pobreza, mientras se despilfarran recursos vitales sin ton ni son. No se privó tampoco Juan Costa de desmarcarse de la figura de Francisco Camps, al que, veladamente, tildó de irresponsable.

Ciertamente, lo de Juan Costa es para descolocar a cualquiera. ¿Despecho porque su hermano haya sido el pagano de la situación en Valencia? ¿Conversión tipo Pablo de Tarso? ¿Ocupación de un espacio político pensando en un pepé sin Rajoy? ¿Síntoma del despertar transversal de una conciencia de "nueva era"? Se puede pensar lo que se quiera. Por mi parte, más allá de la fiabilidad que debe concederse a una persona de su trayectoria, no veo otros motivos para negarle autenticidad a sus palabras.

Lo de Costa bien podría encajar en el cuadro que describen las encuestas en cuanto al rechazo de la gente a la clase política y la desafección que se observa entre los electores tradicionales de los dos grandes partidos (si bien mucho más acusado en la izquierda que en la derecha). La agudeza de la crisis ha trastornado las posiciones y las cabezas de muchas personas. Y vemos así cómo se desencadena en las profundidades del PSOE movimientos telúricos que ponen en solfa el liderazgo personalista de Zapatero y de las jerarquías que se apiñan a su alrededor, tan desconcertadas como irritables. E igualmente acontece ese mismo efecto en torno a Rajoy, cuyo liderazgo se estima más propio de épocas tranquilas que de las azarosas circunstancias que vive nuestro país.

Las posiciones no son, sin embargo simétricas. Lo que se achaca a Zapatero desde sus propias filas es haber desperdiciado años y años en maniobras de distracción, en plan campeón de políticas blandas y superficiales, en lugar de haberse empleado a fondo para evitar el derrumbe del modelo social. También se le achaca el haber socavado las estructuras tradicionales del partido en beneficio de un nuevo y joven socialismo, cuyo sectarismo ha rayado al mismo nivel que su incompetencia. Lo que se reprocha a Mariano Rajoy es su "tancredismo", su absoluta carencia de cualidades para gestionar un triunfo electoral que el PP cree tocar ya con las manos.

Por si faltara algo las situaciones se invierten, y mientras Zapatero no tiene más remedio que representar el papel de "poli malo", para salvar España, el PP hace de "poli bueno", apuntándose a todo lo que huela a cosecha electoral, ora como defensor de los trabajadores, proveedor de empleos, paladín de la defensa de la naturaleza, como en el libro de Juan Costa, ora como escudo de pensionistas y amigo de los pobres. El mundo al revés.

La crisis deja sobre la mesa una reflexión interesante: ¿Cómo afectará la crisis al bipartidismo reinante hasta ahora en España? ¿Se fragmentará y dará paso a un inédito pluralismo? ¿Será desbordado por movimientos no estrictamente partidistas, no sólo nacionales sino internacionales?

Una hipótesis no despreciable, a mi modo de ver, podría ser la siguiente: de consumarse el abandono por ambos del modelo social de Estado, podría formarse un partido único con dos personalidades o "sensibilidades". PP y PSOE serían como las líneas paralelas que se juntan en el infinito. El libro de Juan Costa apunta en esta dirección.