Los sindicatos se han quedado sin escritores. Y no vale lo de cualquier tiempo pasado fue mejor, aunque es verdad. Porque el verdadero problema que tienen los sindicatos no es que no encuentren escritores a sueldo, o por vocación, que hablen bien de ellos, sino que hace tiempo que dejaron de hablar de ellos. Ahora, y con la que está cayendo, no pueden los sindicalistas lamentarse de su ausencia en el debate social. No tienen credibilidad, que es lo peor que les puede pasar.

Los sindicatos son necesarios, aparte de constitucionales. Claro que creo en su papel en la sociedad del trabajo. Y tiempos hubo en los que su papel de referencia en el debate democrático, en las mejoras de las condiciones laborales, en la defensa de los derechos tanto humanos como laborales, fueron esenciales. Aún recuerdo cómo en mi barrio obrero repartían comida entre los trabajadores que llevaban en huelga varias semanas. Cómo les asistían en sus negociaciones y cómo apoyaban a las familias zapateras. A un sindicalista le podías decir, en aquel entonces, muchas cosas desde su radicalismo, pero su decencia en la defensa de los más desfavorecidos era plausible.

Había legitimidad legal y social. Hoy está la legal pero han perdido la social. Han perdido la calle. Seguramente a base de no controlar la información, o de manipularla. ¿Cuántos funcionarios han hecho huelga? ¡Coño, que no es tan difícil contar! Si el que no viene se le descuenta el sueldo. Pues se dice el número y ya está. Pero cuando los sindicatos hacen esa baratija mitinera de decir que ha sido un éxito cuando la gente sabe que no ha sido así, entonces, empiezan a deslegitimarse públicamente entre sus contribuyentes. Es infumable una diferencia de porcentajes desde el 10% al 70% de participación y pensar que la gente se lo va a tragar. El porcentaje sólo puede ser uno. Como el de participación en un recuento electoral. Yo puedo entender el baile de cifras en una manifestación donde es difícil contar el populacho, pero no saber cuánta gente ha parado -a la que repito, se le descuenta el sueldo- parece de lelos alelaos. Y tonta la gente no es.

Los sindicatos tienen tanto descrédito como los partidos políticos. Y eso es un desastre para una democracia. Pero a mí me molesta esa falta de autocrítica para saber por qué la gente los sitúa tan alejados de la realidad. ¿Por qué la gente no se moviliza en sus manifestaciones, a las que sólo van los liberados sindicales y los adeptos? ¿Por qué el gentío no se cree sus soflamas políticas de partido? ¿Por qué han dejado de cotizar sus cuotas y de militar en los mismos? Todos esos porqués debieran contestarlos en un "aggiornamiento" que no acaban de ver, o necesitar. No lo ven porque se alimentan de una escenografía de banderitas y peñas muy antigua. Y porque viven de un Estado protector y paternalista que los mantiene como viejos dinosaurios del sistema democrático.

Me resisto a pensar que no sean capaces de cambiar y volver a sus raíces. A esos principios donde, por ejemplo, debieran mirar a los empresarios -pequeños y medianos- como colaboradores y no como diablos. A los principios de pensar que muchos de los trabajadores de este país son autónomos y por tanto tan sindicalistas como los de las grandes empresas. Y poco o nada escuché en defensa de estos autónomos-trabajadores. Se perdió demasiado tiempo en grandes colectivos y grandes empresas, cuando este país está configurado de pequeños y medianos trabajadores-empresarios. ¿Cómo van a salir a apoyar a los sindicatos todos los que fueron abandonados?

Los sindicatos sí han hecho un esfuerzo por integrar a los inmigrantes. Es verdad. Y creo que ha sido su mayor logro en estos últimos años. Pero ha faltado más compromiso. Especialmente contra esa banca que los ha dejado abandonados cuando han sufrido la dureza del paro. ¿Dónde estuvieron los sindicalistas para reclamar una legislación menos dura para que muchas familias no perdieran su casa? Ahí puede ser que se hubiese movilizado más gente. Pero no hubo liderazgo. Ni se le espera. Sólo una verdadera eclosión interna que haga "volver a ser necesario" el sindicato es viable. De lo contrario, los escritores pedirán un día el fin del derecho constitucional de los sindicatos. Cambiar o morir. En plena calle.