La semana del Corpus Christi me ha traído recuerdos de la niñez olvidados y guardados en un baúl. Sin embargo, algunos políticos con sus acciones se empeñan en resucitar viejos fantasmas que empobrecieron política, moral, cultural y económicamente a este país durante muchos años. El contemplar al líder de la oposición desde un balcón de la plaza de Zocodover -por cierto ahí, en Toledo, hice mi primer reportaje, versaba sobre lo cara que se pone la cesta de la compra en Navidad- o escuchar al presidente manchego te echa para atrás al desprender un tufillo casposo que ya creía superado. Cuando Rajoy junto a De Cospedal presenció la procesión, allí en la atalaya de esta singular plaza, uno piensa que aprovechaba el acto para hacer campaña. Y hasta es comprensible y humano. Pero que luego adorne su presencia con palabras como que la fiesta del Corpus es "una tradición de la que todos los españoles nos sentimos muy orgullosos" parece una alocución como mínimo atrevida. En este país no todos son católicos, incluyendo a votantes del PP. Aunque no se crean que el socialista Barreda se quedó atrás. El primer mandatario manchego se ha empeñado en superar a Bono en sus excesos verbales. No es posible que diga que ha intercedido ante la ministra de Defensa -suena a la película La Escopeta Nacional- para que permita a los cadetes de la Academia de Infantería presentar armas al Santísimo. Por qué narices se tiene que mezclar la religión con algo tan antagónico como puede ser el ejército por mucha tradición que arrastre esta celebración. Y luego la polémica del himno... En estos tiempos cualquier partido aprovecha la presencia masiva de ciudadanos para hacerse ver y ponerse al frente de la manifestación. Deberían dejar a un lado sus estridencias y permitir a los católicos que disfrutemos de nuestras creencias fuera de toda polémica partidista que resucita cadáveres ya enterrados.