Tengo una noticia sobre los árboles del paseo de les Eres de Santa Llúcia en Elche, donde no se han vuelto a ver los pájaros. Son, sin duda, los árboles más fotografiados de aquellos que alientan en los espacios verdes de nuestra ciudad. ¡Ni las palmeras les ganan! Su decadente pero bien llevada dignidad -después de pasar por las tijeras de los jardineros hasta convertir su cabellera en acicalado casquete- les confiere un aire de seriedad, capaz de encandilar a los turistas.

Quizás sea porque los ven apretujarse como marciales guerreros, montando guardia al paseo. Son como esos centinelas que, vestidos de mayestáticos uniformes -hieráticos y rígidos ante palacio- no se avergüenzan de ser de pueblo. La galanura les viene al haber pasado por el arte llamado Topiaria; o sea después de sufrir sus copas vegetales, el corte con tijeras de un diestro jardinero.

Tienen, por tanto, un atractivo sofisticado que no sé que es ni que no es, mas les aseguro que enamora a los turistas, quienes se vuelven hacia los de aquí, pidiéndoles cautelosos ¿le importaría sacarme una fotografía? Ante esta actitud, tengo ciertas dudas que me mortifican. Me pregunto ¿ se goza limpiamente ante una vegetación sometida a la hechura de recortadas figuras? Pues diré que, a veces, creo en esa maestría de los arbustos manipulados minuciosamente por jardineros. Confío en ese concepto francés de trazarnos una jardinería con estimulantes formas artísticas. Porque vuelven a mi recuerdo aquellos bellos setos tijereados con figuras geométricas y coníferas trasquiladas en pirámides suntuosas ¡y la historia los ennoblece!

Sin embargo, me digo siempre, ante la aprobación de tan refinadas formas, ¿no tendré un mal calculado sentimiento? ¿No habría de ir hacia lo natural, inclinándome por la jardinería inglesa? Y, entonces, un gusanillo defensor del respeto a las plantas, me alborota por dentro. Y vuelvo al sencillo paseo que viví en mi juventud con acacias florecidas. Y ahora, en el momento que se está marchando la primavera, añoro aquella plaza de pueblo con árboles de lucida cabellera, magnífica y sin retoques. Y me invade la ternura por aquellos gorriones que me acompañaban con su chillón vocerío. ¡Quizás ame unas primaveras distanciadas en la memoria! ¡Quizás ame los árboles florecidos y los pájaros!