Hay libros -y títulos de libros, por ejemplo La conjura de los necios- que de no existir deberían inventarse. Parecen estar hechos a la medida de situaciones y personas que, tarde o temprano, encajarán perfectamente en ellos, sólo es cuestión de esperar. El problema, sin embargo, no son los libros, ni las historias que narran, por inverosímiles que resulten. El problema es la realidad que nos rodea a diario, la seguridad de que ineluctablemente, un día u otro, tropezaremos con esas personas, recordaremos esos títulos, conviviremos con esas situaciones leídas. Sólo es cuestión de esperar.

Estos días -también estas semanas, estos meses y estos años- no han sido especialmente benévolos con Zapatero, al contrario. Por si la situación de caos económico y falta de confianza interior y exterior en la que nos encontramos no fuera lo suficientemente dura; por si el diletantismo e inmadurez que el presidente y su Gobierno están demostrando a los españoles y españolas, a Europa y a los mercados internacionales sobre cómo manejar la crisis no resultara ya cosa de párvulos malcriados; por si las previsiones que auguran más sangre, sudor y lágrimas -amén de las ya derramadas- no condujeran a la melancolía y al nihilismo existencial; por si ello fuera poco, ahora se alzan sobre la púrpura de Zapatero los comentarios personales. No tiene baraka el presidente, y me temo que tampoco tiene a BarakÉ Obama, un líder en conjunción planetaria con Zapatero (anunció Leire Pajín) que, según la progresía internacionalista, iba a gobernar para los más necesitados y necesitadas. Sin embrago, ha tardado varios días en no decir nada contra el ataque israelí a la flotilla propalestina e islamista. ¿Ninguna aclaración, Pajín? ¿Ninguna protesta, Leire? ¿Ningún desengaño por los silencios del rey sol, conspicua astróloga? ¿Ya no ajuntáis a Obama, como hacíamos de pequeñitos y pequeñitas cuando te peleabas con los amigos y las amigas, dilecta secretaria de Organización? ¿Imaginan lo que habrían dicho de Bush si hubiera sido el presidente?

Primero fue el jefe de la Junta de Andalucía (que cuenta con más de un millón de parados yÉ 300 coches oficiales de alta gama para ahorrar), Griñán, cuando, asesorado por su consciente subconsciente, dijo: "El que Zapatero sea malo no les convierte a ustedes en buenos". ¡Qué bueno! Luego fue Durán i Lleida, un catalanista forense que tachó a Zapatero de "cadáver político" aunque se negara a certificar su muerte absteniéndose en la votación del decretazo. Más tarde -y más doloroso- sobrevino el fuego amigo del amigo Felipe: "Rectificar es de sabios, y de necios hacerlo todos los días". ¿A quién podría referirse el ingenuo González, un hombre que se pasó media vida con lo de "OTAN, de entrada no"? ¿NoÉ lo saben? Zapatero tampoco, pero lo intuye, sobre todo cuando va de escalada. Y por fin, el valeroso ex presidente de la Generalitat Catalana, Jordi Pujol (tranquilo Jordi, tranquilo) lo llama "nuevo rico ignorante". A él, que vive en el ascetismo montañés mientras lee la Fenomenología del espíritu de Hegel en bable.

No se trata de ver quién rectifica primero, sino quién rectifica el último, en este caso, Zapatero. Si hace tres meses decía a los trabajadores y trabajadoras que la reforma laboral no crea un solo puesto de trabajo, ahora dice a los trabajadores y trabajadoras -si es que queda alguno o alguna- que el día 16 hace la reforma laboral por decreto yÉ para crear puestos de trabajo, con o sin acuerdo. Luego se irá a conquistar, él solito, sin la ayuda de Edurne Pasaban, la cima del mundo, una montaña mágica que sólo ha coronado Thomas Mann. Ya ven que Zapatero es un estadista y alpinista de talante y talento tolerante. Y todo ello sin recordar las promesas incumplidas de su campaña electoral que, si las recitáramos de memoria, como la lista de los Reyes Godos (deberían ser Godos republicanos, pero no podemos torcer los antojos monárquicos y reaccionarios de la historia), harían enrojecer de vergüenza al mismísimoÉ Zapatero (quizás no, quizás no enrojeciera). Igualito que el primer ministro japonés, que acaba de dimitir por haber incumplido su promesa electoral de cerrar una base militar USA en Okinawa. ¡Por incumplir una sola promesa! ¿No podría cundir el ejemplo? ¿No le causa a él cierto rubor contemplar esas conductas consecuentes?

Cuando el malogrado John Kennedy Toole (no se alarmen, nada que ver con la saga) escribió La conjura de los necios, no se olvidó del dublinés Jonathan Swift, autor de Los viajes de Gulliver. Este satírico escritor, sin duda un hombre visionario, ironizaba hace tres siglos que "cuando un verdadero genio aparece en el mundo, lo reconoceréis por este signo: todos los necios se conjuran contra él". ¿Saben ya a estas alturas de nuestra fábula española quién es el genio y quiénes son los necios? ¿Sí? ¿SeguroÉ seguro? Pues yo, de ustedes dos, tendría mucho cuidado en conjurarme contra él. Tiemblen después de haber leído: un genio anda suelto.