Acabamos de asistir a la inauguración de un museo de arte sin arte. Un contenedor sin contenido. Un enorme decorado vacío que ha servido de marco para uno de esos actos protocolarios que habría hecho las delicias de Rafael Azcona. Después de seis años, han acabado las obras del edificio que albergará el Museo de Arte Contemporáneo, heredero de La Asegurada. Pero a falta de arte, no nos hemos privado de escenificar nuestro particular Bienvenido, Míster Marshall.

El espíritu del mejor cine berlanguiano en el año diez de la era del siglo XXI. ¿Quién da más? Todo un president llega a la capital de provincias a hacerse la foto con la alcaldesa de la ciudad y sus cohortes. A falta de arte, de instalaciones, de cuadros y esculturas, los fotógrafos y redactores se distrajeron con otras subtramas. Que si Camps ha estrechado la mano a Federico Trillo y éste le ha bendecido. Que si a éste y al otro no se les vio el pelo.

No sé cómo llevarán por otras latitudes inaugurar hospitales sin camas, polideportivos sin pistas y bibliotecas sin libros. Aquí casi nadie se ha dado cuenta del detalle. Dicen que tienen que pasar todavía cuatro meses para que el inmueble pase a cumplir la función para la que ha sido creado. Para que podamos ver las colecciones de Sempere y de Juana Francés. Dieciséis semanas. Una insignificancia si lo comparamos con los cincuenta meses que se han prolongado las obras de remodelación. Por el momento arte, lo que se dice arte, no hay. Pero nadie nos ha privado de una secuencia de película. O de sainete. Puro teatro.