La disyuntiva recuerda el desenlace de El mercader de Venecia, donde el problema irresoluble devuelve el litigio a la situación de partida. La elección entre lo peor conocido y lo peor por conocer fue resumida por el presidente de Andalucía, cuando José Antonio Griñán interpeló a los populares al grito de "el que Zapatero sea malo no les convierte a ustedes en buenos". Aunque no existe ninguna prueba de que un país agrave su rendimiento sin Gobierno, los protocolos obligan a que la supresión venga acompañada de una sustitución.

Con la vocación melodramática habitual a orillas del Mediterráneo, ya se equipara la actual situación con el martirio de Adolfo Suárez, el gobernante que hizo por los españoles tanto como Zapatero por las españolas. Por lo visto, también harán falta veinte años para reconocérselo, porque la santificación del fundador de UCD suele olvidar que ningún otro político ha recibido los insultos que el centrista se granjeó durante sus últimos años en La Moncloa.

El declinar de Zapatero se enmarca en el reverdecimiento de fracasados como Almunia -el peor candidato de todos los tiempos- o Borrell -a quien eliminó el anterior, para qué seguir-. Entre los vigentes se habla de figuras gloriosas como Rosa Díez -el actual presidente le arrebató la secretaría general del PSOE, siendo un perfecto desconocido- el équite Bono -ídem de la anterior- y vuelta a Rajoy, al que Zapatero sólo ha derrotado en dos ocasiones porque no ha habido más. Maquiavelo asegura que, en cuanto un príncipe es odiado, su rival será estimado inmediatamente, pero el presidente del PP no se acomoda ni a los preceptos maquiavélicos. De momento, el desastroso líder socialista gobierna España, Cataluña y el País Vasco, y acaba de franquear en el Congreso un decreto más amargo para sus huestes que el abandono del marxismo con González. El peor de los peores, sin duda.