Hay gente, mucha gente, que hace el patán cuando no hay cámaras, gente que en la fiesta del pueblo se pone chota, que mea en las esquinas, que vomita la papilla de cuando era bebé, que se echa mano a los genitales, que se mueve como una campana para que el badajo sin calzoncillos golpee los zaragüelles, que abre la boca y se traga como los invasores de V una ristra de morcillas o longanizas, que se empina la bota del vino o se refocila tirándose al gaznate la cerveza. Y hay gente que hace todo eso, y sobre todo autoridades políticas, que al ver el desmadre cafre y rudo en la pantalla, se encolerizan porque, por ejemplo, del Bando de la Huerta en Murcia, dicen que los medios dan una visión sesgada. ¿En serio?

Lo que recogen las cámaras de Fiesta, fiesta, que Cuatro estrenó el domingo dentro de la familia de Callejeros, y dirigido por Jalís de la Serna, uno de sus reporteros adelantados, es un retrato social que mientras se vive es loco y divertido, pero cuando se ve en la tele, en frío, resulta desmadrado, cuadrúpedo, zafio. El programa recoge fiestas paganas y de tintes religiosos, con devociones hilarantes a vírgenes que son, después de la familia, tal como decía una señora de Plasencia sobre su Virgen del Puerto, lo más importante de la vida. Viendo el programa, la sensación es la misma haya toro maltratado, estatua sacada en romería, o pino quemado en la plaza del pueblo barcelonés de Figaró, todo se resume en una gloriosa exaltación etílica. Es lo que hay. Lo que pasa es que si el espejo de la tele devuelve la imagen del meón con la chorra fuera sobre su vómito se tuerce el morro.

.