Ante la obra que asienta y luce José Vicente Leguey en la antigua capilla de la Orden Tercera en Elche, me pongo a pensar en los grandes cambios que demanda la actual sociedad a quienes transitan por el tan trillado arte de la pintura. ¡Les toca beber un amargo vino! Se piden novedades. ¡Maldita sea la tradición! Porque ahora se valoran las aventuras estimulantes; se piden otros mundos creativos que sorprendan. Y yo, conociendo la trayectoria de Leguey -artista de pies a cabeza- puesto que le vi recorrer todos los horizontes posibles de las artes plásticas, entiendo que se plante obstinadamente en buscar un nuevo cauce.

Lo sé porque le he visto entregarse hasta romperse, trabajando sus dibujos; atender a las exigencias del óleo, dominando todas sus técnicas y regodeándose en las imágenes figurativas como en las abstractas; componer con virtuosa frescura; dominar el color en su extensa gama; y vivir ciego en el empeño de perfección, siempre. ¿Queda claro su retrato? Es artista de dura coraza, que no se rinde nunca. Así que vale abrir un interrogante. ¿Qué móvil le ha inducido a estas divagaciones que nos trae ahora? Creo que tras las imágenes recreadas por Leguey se esconde un reposo: se ha dado a meditar. ¿Y qué son sus dualidades? ¿Encrucijadas, paradojas, dilemas, contradiccionesÉ? ¿Son collages surrealistas o secretos, aflorados del psicoanálisis?

En este punto resulta interesante saber que sólo existe un medio de liberación para cada persona: sacar en imágenes la tenaz tortura que lleva dentro. Y esto lo intentaron -como sabemos- los surrealistas buscando un choque de imágenes absurdas, para que así el observador -no encontrando explicación a la propuesta- buscara en su subconsciente el milagro de la comprensión, entre las memorias de su vida. Y lo mismo revive Leguey, acariciando en su mente escenas extrañas con hirientes horizontes de opresión y niebla, muros de ladrillo, raíces crispadas, espinos y saurios nefandos.

Merced a ese mundo de las imágenes inquietantes que nos arroja ahora a las pupilas el cine actual, Internet o la propaganda, Leguey plantea sus "dualitats" en dos recuadros enemigos: uno apareja lo inocente y floral; y el otro, lo torvo y resentido; el de aquí, la vida; y el de allí lo que rompe y descuaja. Mas a veces -en el largo viaje de las sensaciones- toma figura el acto de mirarse hacia dentro, psicoanalizando su vida.

Veamos una historia en carne viva, aunque se nos ofrezca en dos tiempos distintos. Leguey nos presenta a un lado de su collage una pareja estática, personajes de boda en vieja fotografía; son el matrimonio que inicia formar familia: los padres. Y en plano opuesto, un tren que lleva ansiedades a otro país, al exilio lejano. Va echando a su paso el humo de la ilusión. Mas he aquí que a la salida del túnel, una trama en red, cual férrea reja, tapona las esperanzas. ¿No es este un relato en niebla, surgido desde el subconsciente? Admitamos, pues, que los collages de José Leguey le han servido de catarsis, mas reconozcamos que estimulan también a los espectadores -bajo sus contrastados acordes- despertando en ellos inquietudes que le arañan el espíritu. Vale, por tanto, aplaudirlos por sugerentes e impíos.

Amigo Pepe, pido que tu voz artística no se pierda bajo los vientos en tropel, que el mundo de la pintura, está viviendo. Tus exposiciones pictóricas siempre nos complacieron, aunque ahora nos deleites con la fuerza de tus expresivas imágenes donde gravita tu personal dibujo. Otro nuevo paso. Porque tu presencia definitivamente será calificada como la del buen pintor, armado de valentía. Paradigma del corredor de fondo -ejemplo vivo del artista solitario- a quien alguien definió con tres valores: esfuerzo, disciplina y talento.