Fuera de temporada y cuando comenzaban a dar alguna sombra con la que aliviar los rigores del próximo estío, han podado de forma exagerada los árboles de uno de los pocos barrios que los tiene en sus calles: Benalúa.

La creación en la parte más occidental del Ensanche de un barrio diseñado con nuevos criterios urbanísticos e higienistas que ayudaran a erradicar las numerosas epidemias que había padecido la ciudad a lo largo de su historia se confirmó el 19 de enero de 1883 con la constitución de la Sociedad Anónima de los Diez Amigos, integrada por miembros de la burguesía local y bajo la presidencia de honor del excelentísimo señor don José Carlos de Aguilera y Aguilera, marqués de Benalúa.

Con la intención de evitar el tortuoso y estrecho trazado del antiguo casco urbano alicantino, el nuevo barrio, que tomará su nombre del aristócrata decimonónico, se diseñó según las características inspiradoras, por ejemplo, del Plan Cerdá para el Ensanche de Barcelona, construyéndose sobre el altiplano que desciende en rápida pendiente hacia la ensenada de Babel, considerando su mayor exposición a las brisas marinas, una densidad de población relativamente baja, así como creación de zonas de arbolado, como refleja en su totalidad el trazado del viario, formado por calles amplias y soleadas, orientando al este-oeste las manzanas de las casas que ofrecen sus fachadas más largas, las que pueden ofrecer mayor número de viviendas. El proyecto era obra del ilustre arquitecto alicantino José Guardiola Picó y preveía la construcción de 208 casas configuradas en manzanas perfectamente rectangulares, de 100 metros de lado en dirección norte-sur, por 40 metros en su sentido perpendicular, con esquinas achaflanadas de cinco metros, orladas de amplias aceras. Cada manzana constaba de 22 casas idénticas de dos plantas, teniendo las plantas bajas un patio adosado a su parte posterior. Las calles perpendiculares al mar, de 15 metros de anchura, estaban provistas de pinos, acacias y eucaliptos, mientras que las transversales, las orientadas al este-oeste, de 10 metros de anchura, no tienen arbolado.

En el centro geométrico de la retícula toda una manzana se destinó a plaza ajardinada, dedicada al entonces ministro de Fomento Carlos Navarro Rodrigo. Además, se crearon reservas de suelo para iglesia, escuela y mercado, contando también con un teatro y un casino. Así, el barrio de Benalúa, en su conjunto, resultaba ser una de las zonas mejor dotadas de la ciudad, con cuyo centro estaba unida por una línea de tranvía y gozando desde 1888 de alumbrado público a gas.

En la actualidad, la fisonomía del muy bien racionalizado conjunto urbanístico ha cambiado radicalmente y apenas queda alguna casa de las construidas en origen, pues aquel barrio con un gran sentido vecinal ha dado paso a una zona contigua al nuevo centro capitalino, que ha multiplicado considerablemente su población pero no las dotaciones que tan minuciosamente se estudiaron en su momento.

Los antiguos árboles, substituidos varias veces, son ahora ligistrum, y, como decía al principio, sometidos a exageradas podas que les impiden dar sombra, pues parece que algunos vecinos protestan porque llegan a sus ventanas. Por ello, unos árboles que deberían ser símbolo de vida son tristes muñones, algunos de ellos secos y sin que se repongan desde hace años. Pero, claro, la actual barriada de Benalúa muy poco tiene que ver ya con la que pensó el extraordinario arquitecto Guardiola Picó, que tanto hizo por Alicante. Y la concejalía de Atención Urbana, tan diligente en atender las quejas de algunos vecinos, bien habría podido convenir con Viveros Albatera que, en vez de podar hasta la cepa los árboles benaluenses, cortase sólo las ramas más cercanas a las casas procurando mantener las que, en el agobio de los meses estivales, darían sombra y frescor a estas calles de una ciudad que tan necesitada está de más y frondoso arbolado.