Desde hace algún tiempo, en Alicante se vuelve a hablar de "modelo de ciudad", con interesantes reflexiones. Ello refleja una preocupación creciente tras los años en los que el gobierno del PP se ancló en un "no modelo", ya que las determinaciones esenciales las relegó a las urgencias del mercado inmobiliario. Pero esa abstención tan peligrosa ha dado, como era inevitable, unos frutos que causan alarma cuando el ciclo económico entra en barrena. De todas maneras, la tendencia, en lo esencial, no ha variado: el cambio en la Alcaldía supuso una activación de la gobernación, pero sin promover cambios significativos en lo urbanístico, ni en lo económico, o sea, en el modelo de ciudad. Lo que se practica es un "ir tirando", esperando que la crisis acabe para continuar con el antiguo estilo. Por otra parte, las principales decisiones -algunas positivas- sobre el diseño urbano se han adoptado al margen del poder municipal.

Pero cuando reaparecen discursos sobre el modelo de ciudad encontramos que muchas de esas pretensiones de cambio adolecen de significado real. En ocasiones, la promesa de un nuevo modelo se limita a un listado de "buenas prácticas": fin de la especulación, mejora de servicios públicos o transportes, protección puntual de espacios naturales o patrimonio histórico, etc. Pero esas medidas deberían ser de aplicación a "cualquier" modelo civilizado de ciudad y, en sí, no dan respuesta, en su abstracción, a las necesidades concretas; y si parten de la constatación de debilidades, no son suficientes para abordar una restauración de la racionalidad urbana, ni para establecer una lógica coherente ante los más acuciantes problemas.

El análisis nos obliga a caracterizar el modelo resultante de la política y de la economía de los últimos años, como "neodesarrollista", que evalúa su éxito en función de datos cuantitativos, sin atender a las realidades cualitativas. Ello provoca que, entre otras cosas, carezcamos de un marco general de referencia en el que encajar dificultades y desafíos. No es extraño que, para algunos beneficiarios de estos años, la medida del éxito de Alicante sea su crecimiento demográfico, pero si un incremento poblacional nos informa de una economía en auge, nada nos dice sobre la calidad y sostenibilidad de esa economía, ni sobre sus efectos diferidos, tal y como constatamos con la crisis. La cuestión de fondo es que el incremento demográfico y la evolución de la ciudad construida han supuesto una importante ampliación de su "complejidad", pero como es una "complejidad desgobernada", el modelo resultante genera desorden y patologías sociales, sin propiciar creatividad e integración social. Sirva un ejemplo: la comparación entre el incremento de población y el incremento en la construcción de viviendas muestra que existe una asintonía a favor de ésta, lo que no sólo revela el carácter especulativo de parte de la actividad inmobiliaria, sino que nos advierte de las dificultades crecientes para mantener esa ciudad crecida desorganizadamente, ya que transfiere al gasto público muchas de las deseconomías provocadas por el beneficio privado.

Alicante se vuelve incomprensible para sus ciudadanos, porque los análisis y demandas circunscritas a espacios inmediatos se disuelven en una realidad más grande sobre la que es difícil tener control. Cada cosa de mediana importancia que ocurre en un barrio o en un sector económico repercute en toda la ciudad, pero no somos capaces de establecer los vínculos. En la ciudad crecientemente ilegible los fragmentos ocultan el todo. Y no es casual que el PGOU lleve más de 30 modificaciones, que el Plan Rabassa se elaborara al margen del planeamiento general o que el proyecto de PGOU se esté convirtiendo en un mecanismo de legitimación de antiguas barbaridades y que siga prisionero del antiguo modelo neodesarrollista: más complejidad caótica.

Tomar nota de estas circunstancias y esbozar líneas de reflexión para su superación es lo que da sentido al debate sobre un nuevo modelo de ciudad. Por eso nos atrevemos a trazar unas notas, desde la perspectiva de que a esta complejidad anárquica debería seguirle una "complejidad estructurada" que, creemos, debería tener en cuenta, al menos, las tres líneas que proponemos:

1. Sostenibilidad. Aunque el término "sostenible" se utilice hoy para casi cualquier cosa, incluso para lo contrario de lo que realmente significa, es un presupuesto irrenunciable para todo modelo racional porque, en definitiva, nos remite a una pregunta muy sencilla: ¿cuántos habitantes, construcciones o infraestructuras puede sostener nuestro medio físico? Ese medio es elástico, pero sólo hasta cierto punto y el agotamiento de recursos en el territorio, el paisaje o el agua son límites reales. En algunos casos podemos recurrir a buscarlos fuera del municipio, pero eso no podrá hacerse indefinidamente. No conocemos estudios sobre la "huella ecológica" de Alicante, es decir, sobre la diferencia entre los recursos que existen y los que realmente se gastan, pero debe ofrecer, ya, unos niveles de desequilibrio preocupantes. Por otra parte, la solidaridad y el propio interés nos obligarán cada vez más a adoptar medidas enérgicas para participar en la lucha contra el cambio climático o la reducción de residuos.

No existe una política transversal de defensa e integración del medio ambiente en las prácticas políticas esenciales. La disgregación de informes de impacto medioambiental -a veces de dudosa credibilidad- no sirve, pues en todo caso advierten sobre el impacto en un segmento territorial, pero no de su reflejo en el conjunto urbano. De la misma manera, las políticas globales de movilidad, de relación con el frente litoral, de aprovechamiento de las zonas rurales, de residuos o de expansión urbanística deberían desarrollarse teniendo en cuenta el "principio de prudencia", dando por sentado que incrementos en las tendencias mantenidas serán destructoras del medio. Todo ello debería ponerse en relación con el futuro de la actividad económica: la captación de empresas limpias debería ser un objetivo explícito y dirigir actuaciones de los poderes públicos. Igual que reparar el paisaje puede ser importante para el turismo. En definitiva, la preocupación por la sostenibilidad debería integrarse en una dimensión más amplia, que responda a otra pregunta: ¿qué futuro deseamos para Alicante? Y salvo que la respuesta sea el feliz colapso, exige un cambio de rumbo: un futuro guiado sólo por el crecimiento demográfico e inmobiliario significa un mañana con una calidad de vida muy baja, que desprecia nuestras ventajas climáticas o de conectividad y aboca a Alicante a un lugar secundario en las redes que se tejen en la globalización.

2. Combatir la dualidad urbana. Quizá el legado más preocupante del neodesarrollismo sea la emergencia acusada de dos ciudades, marcadas por la diversidad de usos urbanos, de inversiones y de capacidad para afrontar el futuro. No es difícil comprobar que hay barrios abocados a la precariedad más absoluta, mientras que otras zonas brillan espectacularmente. No existe una continuidad absoluta entre unos territorios y otros, pero su existencia está en la mente de todos. La alternativa no puede ser que los barrios en declive "se cierren" para que sus habitantes vayan a vivir a la zona de playas, al Plan Rabassa o a las Torres de la Huerta. No es una alternativa, porque los desequilibrios espaciales y medioambientales serían inasumibles y porque, en definitiva, esta forma creciente de ciudad quebrada y plagada de PAUs y urbanizaciones dispersas, se relaciona directamente con las desigualdades sociales. No conocemos los datos exactos, pero es fácil imaginar que al mapa del urbanismo desigual se le superpone el mapa de las casas en mal estado, la pobreza, la exclusión, la inmigración extracomunitaria -que suponen una "sociedad invisible" con necesidades específicas, pero con poca capacidad de expresión y representación-, las personas mayores y el paro, todo ello muy agravado por la crisis.

Se está generando el escenario perfecto para un "urbanismo del miedo", para que vivir en determinados sitios sea una señal peyorativa que aboca a la desesperanza. El centro urbano reproduce también la dualidad general y no actúa como factor de reequilibrio y encuentro. El pequeño comercio es, sin embargo, un elemento de armonía y de mantenimiento de vida en muchos barrios que, sin embargo, vive en precario, amenazado por nuevos megacentros comerciales, en el mejor ejemplo de cómo la lógica dominante tiende a anular la unidad urbana y el principio de equidad. Desde otros puntos de vista también encontramos muestras de debilidad más que alarmantes, que contrastan con el triunfalismo habitual, por ejemplo: las bajas tasas de personas con estudios superiores y, en general, los bajos índices de formación -el 46,4% de los habitantes no tiene ningún tipo de estudios, y el 26% sólo el graduado escolar-, que tanto indican sobre nuestros problemas para afrontar nuevos tipos de actividad económica.

Frente a todo ello, las medidas paliativas o las reparaciones puntuales son insuficientes. También aquí se impone un análisis transversal de las causas y de los efectos de esa dualidad que guíe lo esencial de las políticas públicas, tanto en el orden urbanístico, como en el de inversiones, transportes o servicios públicos. La cuestión puede ser tan grave que sería aconsejable un "pacto solidario de ciudad" entre instituciones, partidos, empresarios, sindicatos y movimientos cívicos que, también, relacionara esta situación con la necesaria diversificación de la actividad económica, evitando monodependencias y mejorando el nivel de la economía de servicios. Porque Alicante está a punto de perder lo mejor de su historia: ser una ciudad inclusiva, sin acentuadas diferencias sociales. En ese marco habría que buscar un nuevo aliento colectivo que sustituya a la dimisión de sus élites económicas, sin proyecto cultural y social relevante.

3. La metropolización. Asistimos a diversos debates ciudadanos que podrían resolverse mejor, evitando algunas crispaciones, si la lógica de la resolución de los problemas se sacara del términos municipal para llevarla a otro, metropolitano. Así, por ejemplo: IKEA, la ubicación de la estación intermodal o las medidas para la reactivación económica. Porque ya no es posible imaginar un futuro en el que Alicante esté rígida y altaneramente separada de sus vecinos -singularmente Elx y la corona de municipios de l'Alacantí-, renunciando a articular territorialmente la economía, los servicios, las decisiones medioambientales o la movilidad y los transportes. La urgencia de la reflexión es mayor porque la complejidad desgobernada ha planteado las cuestiones sin que existan mecanismos políticos que aseguren el engarce con otros municipios. Recuperar antiguos impulsos -el "eje", el "triángulo"- adaptándolos a las nuevas necesidades y ver qué puede salvarse del PATEMAE, es más necesario que nunca.

Por eso no puede bastar con gestos o encuentros puntuales o con medidas de corto alcance y menor recorrido -¿de qué sirve la Mancomunidad?-. Es fundamental mostrar decisión y proponer acciones políticas explícitas, a la vez que se fraguan alianzas culturales que difundan en la sociedad la necesidad de fórmulas de articulación. Los políticos alicantinos deberían transmitir al poder autonómico la necesidad de contar con nuevos instrumentos jurídicos que definan el hecho metropolitano.

Mientras esto no esté en la agenda básica de los partidos, Alicante se condena a ahogarse un poco más en sí mismo, a vivir encerrado en sus insuficiencias, a despreciar algunas ventajas de las economías de escala, a no rentabilizar sus virtudes. La pretensión de ejercer, a la manera decimonónica, una "capitalidad provincial" de manera jerárquica no tiene sentido cuando Alicante no es ni siquiera capaz, con inteligencia y valentía, de participar en liderazgos metropolitanos. Y, de la misma manera, ello será una exigencia básica a la hora de plantear demandas ante los poderes autonómicos: es algo más difícil que vivir de la queja por el agravio comparativo, pero infinitamente más positivo a largo plazo, pues sólo la constitución de un polo de estas características nos permitiría ejercer suficiente presión en la Comunidad para superar desequilibrios y para que esta zona se integre en dinámicas europeas, que van a premiar la competitividad de territorios más que la de ciudades aisladas.

¥ Firman el artículo, en nombre de la PLATAFORMA DE INICIATIVAS CIUDADANAS (PIC): Manuel Alcaraz, Ernest Blasco, Ramiro Muñoz, Rosana Arques, Francisco Candela, Clemente Hernández, Reme Amat, Quico Consuegra, Daniel Climent, Isidoro Manteca, Armando Etayo, Araceli Pericás, Rafael Bonet, Pere Miquel Campos, Juan Ángel Conca.