Los que fuimos amigos, compañeros y colaboradores del inolvidable Félix Rodríguez de la Fuente hemos acogido con alivio, pero también con la sensación de tranquilidad que ha supuesto la sentencia que un juzgado de Madrid ha condenado a Tele 5 por haber atentado con inusitada mala fe la inmensa labor de divulgación naturalista que Félix -así, en lenguaje llano, como todos lo nombrábamos- realizó durante toda su vida. Porque no es solamente lo que leímos en sus enciclopedias, lo que oímos en sus charlas y lo que vimos en sus películas. Sólo su voz era ya un referente inaudito -porque nadie había hablado como él- que suspendía la atención de quienes amamos a la naturaleza- sino que repartía por igual la simpatía, la comunicación inherente a los temas que elegía y su rostro -más bien escaso de presencia, sólo cuando era indispensable- que comunicaba un fluido denso componente de un castellano un tanto castizo pero que era perfectamente comprendido por todos.

Félix nos llevaba de la mano, una mano que parecía dura pero que era acogedora por cuanto ponía su confianza en sus colaboradores, hablaba con nosotros, preguntaba, comparaba, pedía ayuda si la consideraba necesaria y agradecía con una ancha sonrisa el detalle, el modus operandi,la apostilla e incluso el silencio de los que veíamos con qué seguridad colocaba la frase ajustada al movimiento de la cámara. Sospechábamos que traía el guión aprendido, vinculado a la cadencia de su voz para que no interfiriera en la imagen, por el peligro de que una forma de expresión ahogara a la otra. En las pausas nos preguntaba sobre el camino que había seguido. Y admitía toda clase de indicaciones aun a sabiendas de que cualquier detalle que a nosotros nos parecia inoportuno o prescindible, podía desmontarlo sin utilizar el dominio que tenía sobre todo el equipo. Exigía mucho, es la verdad. No era partidario de dejar un fleco sin recortar en cuanto pudiera desvirtuar lo que quería reflejar. En ocasiones nos ponía de "abogados del diablo" y siempre nos agradecía la colaboración. Y siempre con la sonrisa en el semblante. Y también siempre con la palabra amable de quien convoca a los que le pueden ayudar a conseguir lo que quiere. En un abigarrado grupo, en el que cada cual ocupaba un lugar determinado -desde la limpieza de los instrumentos a la preparación de los bocadillos en las interminables sesiones de horas y horas de campo-, cada cual podía dar su opinión.

Por ello, cuando hace unos años, con la malhadada sevicia que lleva consigo la envidia rastrera, la emisora de televisión empezó a poner en duda su ejecutoria, creímos que aunque nadie podría creerlo, se estaba sembrando cierto tipo de duda acerca de su forma de proceder. Y lo malo -lo peor- es que se daba a entender que esa forma inicua era la suya y no otra. Desde la más supina ignorancia -atrevida, desconsiderada e inútil- los productores de Tele 5 pretendían sentar plaza de justicieros sin tener la más leve idea de cómo se prepara una imagen cinematográfica. De cómo se trata a la fauna, de qué clase de medios se dispone para poner en pantalla aquello a lo que no se le puede hablar en lenguaje humano, sino en el producto de la convivencia con el irracional, de las horas de trabajo con algo que no habla, de los estudios interminables de la idiosincrasia de los seres vivos que no poseen más que un lenguaje que sólo comprenden los elegidos que han pasado la vida mirando a los ojos de los bichos para, sencillamente, comprenderlos.

La equivocacion -maligna, no había más que verlo- de la emisora tiene ahora una contestación que -aun siendo justa, jurídica y apropiada- no la hubiera aprobado Félix. Su categoría humana era muy superior a la de los productores, si es que tenían alguna. Por supuesto, nadie les hizo caso. El conocido "calumnia, que algo queda" se ha estrellado en los sencillos fastos del treinta aniversario de su fallecimiento. Los que estuvimos con él, seguimos estándolo. Los que sólo lo vieron en pantalla, siguen fieles a su recuerdo. No es necesaria ninguna corrección justiciera a la calumnia: Está muy acertada la sentencia judicial. Pero ¿es suficiente el desprecio a una emisora de televisión que quiso envenenar una memoria?