Llego al bar a las 07.26 de la mañana, con mi día anterior todavía por concluir. Una mujer entra en el local un minuto después, extrae un libro del bolso y lo abre como si fuera un tesoro. Un punto riguroso marca la página de reencuentro con la narración. Elige ser conquistada por las palabras. Pide un café, pero absorbe con más dedicación su lectura. Es bella, no sólo porque lee. No soy lo suficientemente indiscreto ni estoy lo bastante dormido para husmear el título. Tampoco me hubiera atrevido a distraerla. No se le pregunta por el fabricante del violín a la solista en mitad del concierto, y ella también estaba interpretando una partitura.

La clave no radica en el libro en cuestión, ni en la mujer, sino en la hora. Albert Camus comienza "El mito de Sísifo" recordando que el ser humano decide cada día si la vida merece ser vivida. Ella recurre a la sabia asesoría de alguna escritora, antes de pronunciarse. Si mantiene la ilusión lectora durante todo el día, su existencia es una obra de arte. Sin embargo, tiene más mérito que el desayuno de lectura preceda a la tortura de un jefe inculto, que a las 07.26 se atiborra de desodorante y ensaya sus latiguillos -"yo me formé en la universidad de la calle", "al pan, pan y al vino, vino"-.

Nadie lee a las 07.26, salvo que haya heredado el libro abierto desde la noche anterior, y hace años que nadie encontró una lectura cautivadora hasta el extremo de perderse el sueño. Me preguntas por qué la escena sería imposible con un varón de protagonista. La respuesta se hace superflua, porque yo contemplo a la lectora con un periódico deportivo desplegado sobre mi mesa, el equivalente a jugar con tanques. Dicen que el mundo de esta mujer -a la que no olvidaré gracias a que no desperdiciamos nuestras mañanas respectivas intercambiando una sola palabra- se está acabando, y que pronto nos implantarán electrodos en el cerebro, que programarán las sensaciones idóneas para cada hora del día. Tal vez los profetas de ese futuro aciertan de pleno. A ella no parece importarle demasiado. Ventajas de leer.