Sabido es que para el PP el agua nunca fue un bien. Fue una ideología. Eso sí, una ideología territorializada. Circunscrita al viejo Levante que hace tiempo dejó de ser considerado por la derecha política una geografía feliz para convertirse en una formidable garganta seca, una tierra sedienta de agua y urbanizaciones de 18 hoyos. Y una ideología rentable que permitió extraer de la sequía de baja intensidad que el territorio padece extraordinarios dividendos políticos. El agua ha sido, así, seña de identidad para la derecha y arma arrojadiza para la izquierda.

Todo ello, sin embargo, se ha desmoronado con ocasión del Estatuto de Castilla-La Mancha. Ha sucumbido ante un impulso mucho más irresistible: la propensión de cada líder a explotar sin rubor alguno los resortes que le aseguren el poder. Así, mientras la demanda de agua fue la palanca de la consolidación en el poder de la derecha valenciana y murciana, su negación es la palanca sobre la que aspira a lograr ese mismo poder la derecha manchega. No estábamos, pues, ante una cuestión de principios, ante la concepción igualitaria de un bien esencial y escaso, ante una filosofía de la redistribución de la riqueza hídrica en todo el territorio patrio. Estábamos ante una pillería electoral maleable en función de las necesidades políticas y modulable en función de las capacidades de liderazgo. En la comunidad manchega Cospedal se ve impelida a ser más proteccionista que Barreda si quiere tener alguna oportunidad de arrebatarle el poder. Por estos pagos lo nuevo es la actitud del PSPV. Alarte ha optado por hacerse fuerte en este punto y está dispuesto a llegar a posiciones de firmeza inusuales en el socialismo español, que podrían llegar a la ruptura de la disciplina de voto, para hacerlo visible. El líder de los socialistas valencianos ha decidido hacer confluir en este punto varios mensajes: autonomía frente a Ferraz, capacidad de lucha, prevalencia del compromiso con su tierra sobre su partido, preocupación por la economía -algo que parecía exclusivo del PP- y enorme tozudez. En definitiva, ha decidido hacer patente en el tema del agua la formación de un nuevo liderazgo.

No habrá de resultar fácil su empeño. Son demasiados años y errores a compensar con este giro por oportuno que haya podido ser. Pero en algo parece ser realmente certero: el momento elegido. Es, justamente, el hundimiento del liderazgo de Camps lo que otorga mayor valor y visibilidad al gesto de Alarte. Camps ya no es capaz de enfrentarse a Cospedal. La convicción local de Alarte le da fuerza frente a Ferraz. La debilidad ante Génova de Camps deja en nada su compromiso local. Los papeles han cambiado. La mayor fortaleza de la derecha valenciana se está tornando su mayor debilidad.

Y, si en algún municipio aparece clara la ruptura de esa constante de la política valenciana hasta ahora, es en Elche. Las diversas y ruidosas acciones protagonizadas por los regantes ilicitanos y de municipios limítrofes contra la amenaza del estatuto manchego han sido muy reveladoras por cuanto suponen de ruptura con las posiciones tradicionales del campo ilicitano. En Madrid el PP cometió el error de no recibirlos, síntoma de que está preso de la proverbial indefinición de Rajoy en éste y en tantos otros temas. En Valencia, noqueados como están con sus escándalos y la inexistencia de liderazgo, han perdido reflejos para retomar la iniciativa en temas como el tratamiento de El Hondo. Manuel Serrano, presidente de Riegos de Levante, con más de veinte mil regantes detrás, ha decidido romper la baraja. Se ha permitido, incluso, amenazar con negar a los representantes del gobierno valenciano su entrada en el paraje lo que, en definitiva, esconde una factual declaración de persona non grata. Y todo ello después de hacer un reconocimiento público de la posición del PSPV en el conflicto. He aquí, pues, cómo la brillante y absorbente política hídrica de la derecha valenciana ha conseguido que los pequeños propietarios agrícolas -posiblemente el sector social que más incondicionalmente ha constituido la base de su apoyo electoral- se hallen ahora frontalmente enfrentados a su partido. Todo un segmento de la sociedad ilicitana, tradicionalmente de gran peso electoral, se encuentra en estos momentos desorientado. Huérfano de su referencia tradicional. Y, sin duda, incapaz de dar el salto al PSPV por sus ancestrales prejuicios y por los viejos errores de la izquierda para con ellos. Son las cosas del agua. Siempre tan peligrosa. Con esa memoria implacable. Con esa picardía justiciera que hace que uno se atragante cuando se la quiere beber de golpe.