Sonia Castedo podrá disfrutar al menos de una semana de tregua, ésta que entra, que pasará en Brasil participando en la reunión que ha organizado la Unesco para poner su sello a una serie de experiencias ciudadanas a las que Alicante ha presentado candidatura. Viaja nada menos que con los dos pesos pesados de su equipo -Marta García Romeu, la portavoz, y Andrés Llorens, el primer teniente de alcalde-, lo que significa que el Ayuntamiento se queda, al menos sobre el papel, sin padre ni madre ni perrito que le ladre, ocasión que pintan calva para que Juan Zaragoza tome el protagonismo que, por otra parte, siempre ha sabido ganarse. De todas maneras, aunque viaje acompañada, estará sola. Como cuando se encuentra en Alicante. Si el sistema político español tiende cada vez más al presidencialismo, aunque no fue concebido como tal, las sucesivas revisiones de las leyes que rigen el funcionamiento de los ayuntamientos han convertido a los alcaldes en presidentes de Repúblicas de las que a la vez son primeros ministros. Y esa tendencia se agudiza aún más en el caso de Castedo, obsesionada por legitimarse, dado que no accedió directamente a la Alcaldía, pero falta de equipo en el que apoyarse. Desde que sucedió a Luis Díaz Alperi, Castedo ha sido, por voluntad propia y porque tampoco tenía muchas más opciones, el niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el entierro: ella, siempre, bailando sola. Y los últimos episodios, ésos que le hacen aún más tentador poner tierra por enmedio al menos durante una semana (a las idas y venidas con el botellón y la Explanada me refiero), han dejado bien a las claras esa situación: mientras ella se ponía en primera fila, sus concejales desparecían en público y, algunos de ellos, la criticaban en privado. Al final, se va a Río con todo en el aire y la sensación de que tiene que repensarse la forma de conducirse como alcaldesa que hasta aquí, durante el primer año y pico de ejercicio, tan buen resultado le había dado, pero que ya está fallando.

Y es que la luna de miel que Castedo ha vivido con los medios de comunicación y con los agentes sociales, incluso con los más aguerridos, se ha acabado. Lo mismo que lleva ella en el gobierno, poco más o menos, es lo que falta para que volvamos a ser llamados a las urnas. Y la situación de Alicante, por mucho que aparente otra cosa, no es una situación clara: antes al contrario, es de lo más confusa.

En Alicante ocurre una cosa paradójica. La formación que gobierna las principales instituciones tiene candidatos, pero no tiene partido. Y la que está en la oposición se encuentra en la situación justo contraria: tiene partido, aunque muchas veces parezca estar hecho unos zorros, pero no tiene claro quién debe representarlo llegada la hora de confeccionar los pósters. No es que el PP no haya hecho en la capital, ni en Elche, ni en Elda, ni en Benidorm, ni en muchas de las poblaciones más importantes de la provincia, las asambleas para renovar su estructura, bloqueadas por la guerra civil entre ripollistas y campistas; es que en el caso de la capital, el partido ni siquiera se reúne. ¿Quién preside el PP local de Alicante? Estoy seguro de que la mayoría de sus afiliados ni siquiera lo saben. Pues es todavía Julio de España, que no dimite porque entonces dejaría la organización en manos de Macarena Montesinos, que ni siquiera es ripollista cien por cien: su código de barras es zaplanista de pata negra.

En esa situación, la dirección local del PP no ha celebrado reunión alguna desde hace más de año y medio. No sabemos, pues, cuál es la opinión del partido sobre, por no ir más lejos, los dos temas que han desatado la polémica en las últimas semanas: los ya referidos del botellón y la Explanada. Los populares seguro que dirán: "Da igual, para eso están las instituciones y es en ellas donde se ve la opinión del partido". Pero no es cierto, porque en este caso una institución, el Ayuntamiento, ha dicho una cosa sobre el botellón, mientras otra, la Diputación, ha dicho la contraria, y una tercera, la Generalitat, que es la que promulgó la ley que prohibe beber en la calle, ni siquiera ha abierto la boca. Así que no. No sabemos lo que piensa el PP. Sabemos en todo caso que Ripoll se ha mostrado contrario al botellón pero ha declarado que él votará lo que el grupo popular plantee en el Ayuntamiento "por disciplina de partido". Ante todo, coherencia.

La dirección regional del PP, a través del delegado del Consell en Alicante, José Císcar, y equivocándose como yerra cada vez que se aventura más allá del Mascarat, presiona para que las asambleas locales que faltan, pero sobre todo la de Alicante, se hagan lo más pronto posible. Contra lo que se ha escrito, la dirección nacional no quiere ni oir hablar del tema salvo que previamente haya un pacto cerrado entre Castedo y Ripoll, porque Rajoy sabe que cualquier otra cosa sería un desastre con repercusiones electorales y él lo que quiere es ganar las elecciones municipales como plataforma para las generales, no perder ni un solo voto por luchas fratricidas. ¿Ripoll quiere el pacto? Sí. Y Castedo también. Pero los entornos del uno y de la otra, que son los que de verdad se juegan en este envite las habichuelas, porque esos engranajes partidarios son los que luego lían y deslían las candidaturas, metiendo a unos y sacando a otros, no están por la labor. Así que resulta más que complicado renovar el partido en Alicante sin derramar sangre.

¿Y todo eso tiene importancia? Pues sí, aunque parezca que no. Porque es cierto que hay encuestas circulando por ahí que le dan a Castedo hasta 17 concejales, frente a 12 del PSOE, si ahora fueran las elecciones. Pero en Alicante, donde en las últimas elecciones el PP sólo aventajó al PSOE por 4.100 papeletas, hay más de 18.000 votos huérfanos: electores que apostaron por opciones que no lograron obtener representación, la gran mayoría de las cuales no volverán en 2011 a presentarse. En la captación de esos votantes, y en si Esquerra Unida, con el viento de cola de la crisis económica, es capaz de recuperarse, está la clave de quién gobernará la ciudad. Así que los aciertos y los errores, la división o la pacificación, la imagen en definitiva que se transmita, de efectividad en el gobierno e ilusión en un proyecto o de división y enredos, junto con la situación nacional, van a contar más que nunca a la hora de proclamar vencedor.