Hollywood ha dedicado alguna que otra vez películas en clave de comedia a la situación imaginaria de un embarazo masculino y a las diversas vicisitudes que, en la imaginación de los guionistas, seguirían a ese fenómeno exclusivo de los hembras entre los mamíferos. Un macho embarazado es una quimera. Pero existe una excepción al menos que afecta a los miembros de la familia Syngnathidae, el linaje al que pertenecen los caballitos de mar. Averigüé de niño, y me dejó bien fascinado, que los huevos de los hijos de los caballitos de mar eclosionan en la bolsa que el macho tiene en su vientre y allí, a su amparo, los nuevos seres son alimentados, crecen y se convierten en adultos, en nuevos caballitos de mar con capacidad para enfrentarse con el mundo que les rodeará ya sin la protección paternal.

Pues bien, un pariente del pez con pinta de caballo, la aguja de mar Syngnathus scovelli, puede incluso hacer algo más que sufrir esa especie de embarazo: deshacerse de él.

Un artículo de la revista Nature firmado por Kimberly A. Paczolt y Adam G. Jones, investigadores del departamento de Biología de la universidad de Texas, pone de manifiesto que los machos de la aguja de mar actúan de manera selectiva sobre los embriones recibidos de las hembras desarraigándolos a veces para deshacerse de ellos. Mediante controles experimentales, Paczolt y Jones han puesto de manifiesto el criterio de selección que lleva a los machos preñados a interrumpir su embarazo en determinadas ocasiones.

No todos los episodios de preñez masculina llegan a buen término y, de acuerdo con los resultados del experimento de Texas, el episodio que conduce a un final feliz mediante esa especie de nacimiento depende de varios factores como son el tamaño del padre, su respuesta sexual, el número de huevos transferidos y el éxito o fracaso en el "embarazo" anterior.

Pero a veces, ya digo, son los propios machos los que deciden si sus hijos van a salir adelante o no. Y parece que la clave a la hora de controlar el proceso del embarazo reside en lo atractiva que le resulta al macho la hembra que ha puesto los huevos. Si ella fracasa en ese examen, el macho se deshará del embrión -siempre que quepa llamar así a la aguja de mar incipiente, que supongo que sí. La razón principal que lleva al aborto es la de que el macho pueda conservar sus recursos de cara a embarazos futuros más prometedores.

Ese mundo al revés supone, además de un ejemplo perfecto de las tesis de la sociobiología acerca de la relación y el conflicto entre los sexos, una fuente de metáforas para el comportamiento humano. Ya sé que piso terreno resbaladizo pero el artículo me ha recordado aquel mantra feminista de los años sesenta del siglo pasado, en la época de la revolución sexual a la que llevó el hallazgo de la píldora anticonceptiva. La frase que sostenía que si los hombres se quedaran embarazados, el aborto sería un sacramento.