Me emociona profundamente escribir sobre grandes amigos en estas circunstancias.

A Salvador Soria le conocí personalmente en la segunda mitad se los años 50 en Valencia, recién regresado del exilio, en reuniones celebradas en un bar próximo al Palacio del Marqués de Dos Aguas, en la época en la que ya formaba parte del Grupo Parpalló. Y conocí su pintura de entonces en la exposición II Salón de Otoño de Valencia en 1957, donde se le concedió el primer premio.

Ha pasado mucho tiempo y considero que no es el momento de analizar la evolución que a lo largo de esos años ha experimentado su obra, y no me refiero solo a su pintura, sino también a la escultura y obra gráfica, concretamente al grabado calcográfico.

Como amigo asistí al acto de su nombramiento como académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos en Valencia, realizado en el edificio del Museo San Pío V.

Mi gran reconocimiento es por su obra de abstracción matérica, ya que Salvador Soria ha sido un auténtico gran creador de formas, colores y estructuras, utilizando materiales como el metal y la madera. Unos elementos básicos en su obra que vienen influenciados con toda probabilidad por las fuertes sensaciones y recuerdos infantiles vividos en torno a las maderas y hierros oxidados de los barcos destrozados o en reparación de su barrio del Grao en Valencia, donde nació en 1915. Algo que le ha permitido la utilización de unos materiales de expresión muy singulares.

No es momento de comentar detalles sobre la vida que llevó durante su exilio en Francia, donde conoció a Arlette, esposa y compañera de toda su vida. El hecho de que durante años fue silenciado por su condición de exiliado político y por su ideología, no fue suficiente para impedir el gran reconocimiento de su obra, que a lo largo de su evolución le ha concedido un enorme y merecido prestigio internacional.

Salvador Soria Zapater ha sido y será siempre uno de los grandes artistas plásticos españoles. Su obra transmite la fuerza con la que a lo largo de su vida ha hecho frente a todas las graves contingencias. También con su gran sentido y testimonio ético, disfrutando de su creación solitaria e independiente y su entrañable vida familiar, junto a Arlette, y sus hijos Cristina, Carmen, Martina y Salvador, a quienes les envio un fuerte abrazo.