Elche es una de las ciudades de España con un mayor parque de vehículos. El hecho de que la media salga a más de un utilitario por casa, seguramente será bueno para el Ayuntamiento por aquello de la recaudación de impuestos pero malo, muy malo, tanto para los conductores como para los peatones. Si además añadimos el inconveniente que supone vivir en un casco urbano partido en dos por un río y el agravante de que muchos de los servicios públicos se concentran al sur, el resultado es un tráfico complicado, difícil y peligroso. De ahí la expectativa creada para ver cómo se pone en marcha y, sobre todo, los resultados del plan municipal para «pacificar» el tráfico en 18 calles de la zona centro anunciado hace unos días por el concejal Antonio Amorós y técnicos de su departamento. La transformación de esos viales en las denominadas «zonas 30» va a consistir, fundamentalmente, en la prohibición de circular a más de esos kilómetros por hora además de otras medidas paralelas que afectarán a cambios y correcciones del sentido de la circulación, modificaciones de la calzada y la colocación de jardinería y mobiliario urbano. Es evidente que la apuesta de años atrás para peatonalizar algunas calles y ampliar las aceras en otras fue todo un acierto pese a las reticencias vecinales que, poco después, se diluyeron con el paso del tiempo. No hay nada más que pasear por el carrer Hospital, Obispo Tormo o Poeta Miguel Hernández para comparar el desahogo actual frente al agobio que presentaban hasta hace nada esas zonas con ruedas amenazantes en unas intransitables «miniaceras». Si con la operación para «sosegar» el tráfico se logran buenos resultados, igual se animan los responsables municipales a peatonalizar otras centriquísimas calles a las que parece que nadie se atreve a poner el cascabel al gato del stop.