A fin de poder contribuir a la celebración del centenario de la incorporación de las mujeres a la universidad española, como les decía la semana pasada, estoy, junto a muchas compañeras más, documentándome. Es esencial para ello acudir al estupendo libro "Las primeras universitarias en España", que la profesora de la Universidad de Sevilla, Consuelo Flecha, publicó en 1996. Y no me puedo resistir a adelantarles algunas "curiosidades" al respecto. Como recordarán, la supresión de obstáculos legales para el acceso de las mujeres a la educación superior en España no tuvo lugar hasta marzo de 1910. En 1888 se establecieron toda una serie de restricciones a las mujeres, aunque supuso, con todo, suavizar la prohibición tajante de acceso a la universidad que se había establecido en 1882. El motivo no fue otro que la cada vez mayor presión de las mujeres por recibir una educación superior. Ya en 1884 lo puso de manifiesto Concepción Arenal en su obra "Estado actual de la mujer en España", en la que informaba de la cantidad de "señoritas" matriculadas en los Institutos de Segunda Enseñanza y también, aunque en menor cifra, en las Universidades. A pesar de ello, los títulos que recibían, denominados "certificados de ciencia", acreditaban que se había cursado con éxito tales estudios pero no les permitían ejercer la profesión para la que se habían formado.

Creo que es un dato ya bien conocido que la misma Concepción Arenal tuvo que vestirse como un hombre cuando, allá por 1841, decide entrar como oyente en la Facultad de Derecho de la Universidad Central (hoy Complutense de Madrid). Les confieso que no conozco de más casos de españolas que tuvieran que recurrir al disfraz para poder acceder a la universidad. La presencia de alumnas en las aulas universitarias españolas desde el curso 1872/73 hasta el curso 1881/1882 (año en que se prohibió el acceso a la universidad) se limitó a 36 alumnas, repartidas entre las Universidades de Barcelona, Madrid, Valencia y Valladolid. Casi todas cursaron Medicina, excepto tres que optaron por Derecho y una por Filosofía y Letras. Estas mujeres que siguieron la estela de Concepción Arenal no se disfrazaron de hombres pero tuvieron que enfrentarse a otra serie de obstáculos que hubieran hecho desistir del intento a cualquiera. De la prensa y otros documentos escritos de la época puede deducirse el calvario que tuvieron que pasar estas primeras universitarias. Sólo a título de ejemplo: habían de acudir a la facultad acompañadas por un varón de la familia; debían esperar en los despachos de profesores a que éstos las recogieran para ir a su clase y las volvieran a "depositar" después; en el aula se sentaban junto al profesor, separadas del resto de sus compañeros varones que no sólo aplaudían (literalmente) su presencia, sino que aumentaban su asistencia a clase. Vamos que eran poco menos que atracciones de feria y reclamo sexual. Aguantar todo esto denotaba que su empeño en ser universitarias no era ningún capricho.