Los ultras del Apocalipsis climático no saben dónde esconderse últimamente. Tan mal están que su líder, el burócrata indio Rajendra Pachauri, está siendo presionado por los países serios, es decir anglosajones, para que devuelva el Nobel que le dieron hace dos ediciones por sus muchos desvelos para concienciar a la humanidad de que el Planeta está a un paso de desaparecer a causa de lo malos que somos los defensores del desarrollo tecnológico e industrial. El pobre hombre lleva semanas sin conciliar el sueño porque, igual que ese castillo de naipes agitado por el viento, su tinglado se va desmoronando poco a poco.

Hasta ahora, quienes no comulgábamos con la histeria dominante en relación con el cambio climático, nos limitábamos a poner en duda la veracidad de los informes que asocian la acción del hombre con la variación de las temperaturas a nivel global. Ya no. Tras la revelación llevada a cabo por The Guardian -¿por qué siempre son los ingleses los que destapan estos pasteles?- a partir de documentos internos de la Universidad de East Anglia, ha quedado demostrado que incluso los datos que el señor Pachauri y sus secuaces manejaban para dibujar el tenebroso futuro de la Tierra estaban manipulados. Se inventaron estaciones meteorológicas en China, se sacaban de la manga sin rubor alguno supuestos incrementos de temperatura en Siberia. Incluso se tuvieron en cuenta informes sobre la presunta desaparición de los glaciares en los Alpes elaborados a partir de la "impresión visual de los excursionistas de la zona". Tal como suena.

Los de siempre argumentarán que esto no es más que una anécdota. Que lo que en Gran Bretaña se califica como "Climategate" es una confabulación más del pensamiento ultraliberal para descarrilar el tren del pensamiento único del ecologismo internacional, ése que defiende desde Al Gore hasta el diario El Mundo, pasando por Zapatero y el mismo Santo Padre. Pero los datos son incuestionables y, en los lugares donde los errores tienen consecuencias, se están exigiendo responsabilidades.

Donde sin duda andan preocupados es en la sede de la ONU. La batalla climática era uno de los bastiones de su titánica lucha por recuperar algo de su vapuleado prestigio. Casi el último que le quedaba. No hace nada, hemos visto como otro de sus caballos de batalla, el de la temible pandemia interplanetaria anunciada por la OMS en forma de Gripe A se deshacía como un azucarillo, dejando atrás menos víctimas mortales que un resfriado normal y unos cuantos ministros de sanidad metidos a salvadores mesiánicos en el más pavoroso de los ridículos. Produce vergüenza recordar ahora las palabras de la ministra española del ramo asegurando que el Gobierno había adquirido "millones" de vacunas y que éstas estaban "en un lugar secreto" y "custodiadas por el ejército". Es lo que pasa cuando se nombra para dirigir la sanidad a quien no sabe distinguir una apendicitis de una sobrecarga en los aductores. Lo cual me lleva a preguntarme si el tal Pachauri, o el también laureado Al Gore, sabrían diferenciar un anticiclón de una borrasca.