Según aparece en unas fotos de Vicente López Deltell observo que, por la Rambla de Crevillent, ha vuelto a discurrir un pequeño hilo de agua, tal como sucedía antiguamente. Producto de escorrentías, habituales en invierno y primavera, fue desapareciendo paulatinamente a mitad del siglo pasado, época en la que el acuífero de la milenaria Fuente Antigua iniciaba su agotamiento. En su recorrido llenaba los hoyos del cauce donde sapos y ranas saltaban de un lado a otro. Las laderas, empapadas por la humedad, favorecían el crecimiento de una vegetación característica: matas de junco y sobre todo de baladre que en primavera se cubría de primorosas flores.

Estos gratos recuerdos me inducen, una vez más, a reflexionar acerca de la importancia que tuvo en la historia de Crevillent su Font Antiga. El nacimiento situado a 3,5 kilómetros de la población, en el paraje de la sierra denominado Castelar, donde comienza la Rambla, posibilitó el asentamiento a su alrededor de poblados ibéricos 550 años antes de Cristo. Por entonces, sus aguas brotaban de forma espontánea, discurriendo por el barranco en dirección sur hacia los saladares. Hoy, tras muchas vicisitudes, el milenario manantial, que evacuaba sus aguas por una galería -por eso también se la conoció como Mina del Poble-, se encuentra agotado desde 1974.

Debieron ser los romanos los primeros en canalizar el agua de este manantial, estableciendo una red de regadío en la parte sur del término, ampliada posteriormente por los musulmanes. Los textos de Al-Himyari (siglos XI-XIII) mencionan a Crevillent como lugar con muchos olivos y abundante regadío. Fueron los árabes quienes, con el fin de conseguir mayores aportes hídricos, perforaron un "qanat" (túnel), en un punto más bajo de donde brotaba el agua, conduciéndolo hasta el poblado y sus campos por medio de una acequia de tres kilómetros de longitud. Esta canalización sería conocida siempre como la "Sequia" de Crevillent.

Son frecuentes las alusiones a la "Sequia" en escritos del siglo XIV, dando a entender que el lugar crecía gracias al pequeño caudal que transportaba (40-70 l/seg.). El casco urbano iba perfilándose al este de la Rambla. Un documento de dicho siglo menciona dos tahullas y media de tierra: "limitaban la parte superior con una calle y por la parte inferior con la Acequia". Esta circunstancia, la configuración de la urbe supeditada a su cauce, prevalecería siempre. Con el tiempo, distintos brazales cruzarían por debajo el núcleo urbano sirviendo de alcantarillado.

Antes de entrar al poblado, aprovechando el desnivel existente en su bajada de la sierra, se construyeron molinos harineros: dos había cuando la expulsión de los moriscos en 1609, tres en el siglo XVIII y seis a final del diecinueve. Por otra parte, el sistema de regadío implantado por mudéjares y moriscos fue modélico. La división del hilo de agua en tantas doblas, (luego horas), como tahullas podía regar -huertos y tierras hortales-, permaneció inalterable hasta nuestros días. Supieron administrar la única agua que poseían con eficiencia y equidad, instaurando una singular cultura del agua.

La expansión demográfica experimentada por la villa a partir del siglo XVIII propició una lucha constante por conseguir mayor caudal hídrico; enormes sumas de dinero invertido y arduos trabajos que en algunos momentos adquirieron tintes épicos. Si los moriscos dejaron excavado un qanat, dos siglos más tarde había ya un tercero, el último. No es de extrañar que el insigne botánico, A. J. Cavanilles, tras su visita a la villa en 1795, donde escuchó a la gente, leyó informes y recorrió la "Sequia", bordeando la Rambla hasta el nacimiento del agua, escribiera: "En este largo trecho están las obras que hacen tanto honor a los de Crevillent".