Villena no es (todavía) Benidorm, principalmente porque aún hoy no está en marcha (pero que nadie lo descarte) una moción de censura. Tampoco parecen avistarse (de momento, pero que nadie lo descarte tampoco) tránsfugas dispuestos a mercadear su voto al mejor postor en la plaza del pueblo en versión actualizada del doble episodio benidormense marujassanchez/bañuls. Pero cada nuevo capítulo de la (todavía) incruenta guerra entre campistas y ripollistas de Villena nos recuerda que cada vez estamos más cerca de lo que hoy no es pero pudiera ser. Se supone que tras el paso dado ayer por los cinco discolos campistas todas las puertas se abren, incluido el cambio de alcalde. Pero esto tampoco va a ser fácil. Los que se van no lo hacen del partido, lo hacen porque las relaciones con sus compañeros, encabezados por la alcaldesa, Celia Lledó, están absolutamente envenenadas. No lo hacen porque defiendan un modelo de ciudad diferente al de la primer edil, si no que su decisión tiene que ver más con las visceras y los sentidos más primarios: no tragan a la alcaldesa. Y así es muy difícil recomponer nada. Puede que Villena (aún) no sea Benidorm, puede que sea así, pero la crisis abre un tiempo en la que la ingobernabilidad puede justificarlo todo. Y puestos a hacer vaticinios que nadie descarte que lo de ayer no sea más que otro capítulo de ida y vuelta de quienes un día amagaron con lo mismo y a las veinticuatros dieron marcha atrás. Sólo sería otro cuadro más de este triste espectáculo con ribetes de vodevil.