Estas Navidades ha saltado a los medios una noticia que no me parece menor. Es relativa a la instalación de un centro de Ikea en Valencia. Inicialmente, se preveía su ubicación en el municipio de Alfafar. Finalmente, las autoridades autonómicas han decidido que se instale en Paterna. Las sesudas razones que aducen éstas últimas tienen que ver con el diseño metropolitano y la accesibilidad. Las protestas de los primeros tienen que ver con el hecho de que el polígono de Alfafar ya está consolidado mientras que en Paterna no está ni siquiera en planos, por ello hablan de pelotazos e intereses clientelares de algunos poderes fácticos de la política valenciana.

Verán, yo que soy un bienpensante empedernido tengo otra opinión del affaire. La cosa tiene que ver con que Alfafar es un municipio gobernado por el PSPV mientras que Paterna tiene alcalde del PP. Pero la clave no está en la titularidad del gobierno local sino en la índole del negocio a instalar que, en absoluto, puede plantarse en un municipio cualquiera. Ikea es, hoy por hoy, el templo del hogar y el hogar es de derechas. Al menos, así lo entiende la derecha valenciana, hogareña y religiosa hasta el éxtasis. Tiene que ver con la familia y con su industria. Existe una industria auxiliar de la familia: el matrimonio hetero, el derecho a la vida e Ikea. La mesa camilla, la encimera y la colcha no son muebles. Son ideología. Ideología y mística conservadora. Y tienen la razonable convicción los venerables prebostes de la derecha valenciana de que si dejan instalar este oráculo del bricolaje hogareño en un pueblo de rojos se condenarán. Por ello han elegido un pueblo tan de buena familia y nombre tan apropiado como "Paterna" frente a otro de conducta electoral tan ligera y nombre tan pedestre como "Alfafar". Y todo ello a pesar de que las estadísticas son tozudas e insisten en que los de izquierdas se divorcian menos. Aunque también es verdad que dicen que consumen más angulas. Escribió Manuel Vicent que Ikea fue el instrumento a través del cual la modernidad entró en la casa de los pobres en España. Algo ha cambiado. Hoy la derecha valenciana parece empeñada en que sea la vía a través de la cual retornen los valores reaccionarios e inmovilistas. Quedaron lejos los tiempos en que los gays invadían en sábado los ikeas de Madrid dejando la impronta de su buen gusto y mayor consumo. Hoy este establecimiento parece ser pretendido botín del ideario conservador valenciano que tendría la ensoñación de convertir su enrevesado pasillo en el camino angelical de un paraíso familiar jalonado de maceteros, cacerolas, estanterías y antiguas convicciones tan del gusto de Rouco y Gasco.

Es parte de la cruzada familiar de la derecha española. La de las misas campestres en Colón. La de la todavía incalculada visita del Papa. La derecha se ha apropiado definitivamente de la familia. Y hay algo de vacío en ello. Porque no se trata de la defensa de la familia como territorio afectivo de primera instancia. Se trata de la defensa a ultranza de la carcasa institucional en su versión más naftalinosa. Y esta apropiación tiene, por supuesto, su vertiente política. Hoy nadie da ya puntada sin hilo. En la época de la transición se llegó a utilizar a la familia como reclamo electoral. Aparecieron en los carteles niños en brazos de candidatos. Pronto se advirtió que, además de hortera, era obsceno. Contenía la indisimulada pretensión de asimilar la candidez del niño a la personalidad del candidato. Hubo un pacto tácito con el sentido común y el buen gusto y se paró en seco. Hoy la derecha vuelve a exhibir la familia como reclamo político. Y lo hace en exclusiva. De la "calle es mía" de Fraga a "la familia es mía" de Camps y Rajoy. Insaciables. Resulta sorprendente ver cómo la portavoz popular del Ayuntamiento de Elche, Mercedes Alonso, destaca constantemente su condición de madre y esposa como argumento político. Y uno se pregunta si es que el alcalde no tiene familia. Y, no solamente la tiene, sino que, encima, dispone de menos tiempo para atenderla. Pero le fue arrebatada ideológicamente. A él y a muchos como él que habrán de hacer un largo peregrinar para recuperar un tesoro ideológico tan entrañableÉ O ir a Ikea a comprarlo.