Recientemente el accionista mayoritario del Hércules, Enrique Ortiz, dijo que "si subimos a Primera, el objetivo será la Champions". Ya conocen al personaje. No tiene término medio. O atraviesa por épocas en las que transmite un pasotismo doloroso para el seguidor o se coloca todas las camisetas y se pasa de frenada. Ortiz tiene el crédito que tiene -en cuanto a credibilidad me refiero- pero lo cierto es que esas declaraciones a las que me refiero animan y encajan con el sentimiento recuperado por la afición. Entre la euforia y la cautela, lo que se respira es una enorme esperanza de que, en la segunda mitad de este año, el equipo se encuentre codeándose con los mejores. En más de una comida navideña me he encontrado con la misma pregunta referida al partido de anoche: "¿Sabes si pagan los socios?". Hay hambre. Desgraciadamente ayer se presentó uno de los peores días posibles de la temporada para cumplir con los anhelos en citas claves, que ya son todas. Pasado mañana viene la siguiente, en este caso frente a otro de los aspirantes al ascenso. Si el tiempo no lo impide, que parece que no, se espera la llegada desde Cartagena de cientos y cientos arropando a los suyos. Lo previsto es alojarlos en la grada del Mundial, después de que ésta haya pasado al parecer los últimos análisis. Ahí es dónde voy. Vamos a dejarnos, en este plano, de centros comerciales y de megaproyectos y vamos a poner el estadio como Dios manda antes de que tengamos una tontería. Porque, hombre, yo no sé para cuándo tiene calculado Ortiz alcanzar la Champions pero, por estas cosas que tiene el baloncito, como al equipo se le ocurra plantarse en la final copera y colarse en Europa, me veo a más de uno sudando tinta china en verano. Tendría guasa que no pasara el examen y tuviera que jugar en Elche o en Mestalla.