Querido amiguito: hemos leído con suma atención tu carta, en la que dejas debida constancia de los muchos merecimientos con los que te has adornado a lo largo del año e, incluso, en años anteriores. Ante todo debemos decirte que no aceptamos recomendaciones: el hecho de que seas conocido del Papa no es suficiente aval para convencernos de que hemos de concederte los presentes que ambicionas. Igualmente, el mero hecho de que ansíes mucho algunas cosas no es argumento bastante, por fundado que parezca, como eso de que haya agua para todos o que los niños no padezcan enfermedades oculares por usar ordenadores. Sin duda son pretensiones que te honran, pero son tan ambiguas y difusas que es difícil que nadie se muestre contrario, por lo que, en sí mismas, podemos descartarlas, que ya veremos Nosotros si lo pasamos al negociado de milagros y a la mediación de Santa Lucía. Y no nos ha convencido tu redundante apelación a lo del agravio comparativo, pareciéndonos excesivo eso de que si en Catalunya empiezan por prohibir las corridas toros acabarán por vedar las Cabalgatas con camellos. La promesa de mejorar en lo que esté en tu mano las noticias de un canal nuevo de televisión, sencillamente, no la hemos creído, picarón.

Presuntamente admitimos todos los avales caritativos que expones, aunque en algunos puntos nos cueste creerte: hemos de hacer un acto de fe, pero, en fin, si Nosotros no tenemos fe, ¿quién va a tenerla?, maldita sea nuestra estrella. Así, estamos convencidos de que deseas que todo el mundo tenga varias viviendas y pueda jugar al golf donde le plazca, pero como parece poso sostenible, requiere un Estudio de Impacto Ambiental, por lo que hemos encomendado el informe a San Francisco de Asís, patrono de las cosas de la naturaleza; pero te adelantamos que los tiempos no están para estos asuntos, por lo del cambio climático y la política crediticia, mayormente. En cuanto a lo de las encuestas favorables tampoco podemos complacerte, porque esa es solicitud que nos llega mucho y nos es imposible, por razones estadísticas, otorgar a todos.

Por otra parte hemos recibido, de la Alta Dirección, órdenes muy estrictas para que, según que circunstancias, restrinjamos nuestros obsequios: aunque el tema es controvertido desde varios puntos de vista, no estamos como para que se nos pueda acusar de cohecho, propio o impropio. Por ello hemos elaborado un Código de Buenas Prácticas Mágicas que nos obliga a desdeñar tu juramento de que, a cambio de tus peticiones, rezarás con fervor inusitado para que se conviertan en ley todas las restricciones que la Iglesia pide para la vida sexual de los ciudadanos. Tampoco podemos agraciarte con una revisión del Catecismo para suavizar las condenas a ciertos pecados que, según tú y, al parecer, bastantes de tus conocidos, a los que quieres un huevo, han entrado en desuso, como la soberbia o la codicia. En cuanto a que tus oponentes caigan fulminados cada vez que te envidien no nos parece de recibo. Ni siquiera podemos evitar que pequen de envidia, ya que ello contradice el principio del libre albedrío, que tan caro nos es. Tampoco podemos tener en cuenta las postulaciones que nos haces para algunos de tus allegados, aunque por distintas razones: lo del rayo para Ripoll, lo de la lotería para Fabra y lo de un reloj nuevo, de discreto titanio, para Ric, no es posible. Y ya veremos lo del bolso para Rita. Lo de la correa para el Bigotes no sabemos si lo dices en serio.

Como podrás observar, no hemos despreciado tu misiva, sino que hemos abierto una instrucción como Dios manda para ver qué podíamos hacer. Tras ello hemos llegado a la conclusión de que la feligresía, que anda tan revuelta, se sentirá bastante satisfecha con que el carbón te sea dulce. Y mejor que no llegue a enterarse de otras de tus muy honorables preferencias. Por ejemplo hemos desdeñado más trajes y más amor de jueces, pues no parece que te sean urgentes; el Ferrari en propiedad, por ser impropio en tiempos de crisis; y, desde luego, no sabríamos cómo explicar que se quemaran todas las copias del Sumario del caso Gürtel. Lo sentimos, chaval, hay lo que hay, aunque lo nuestro sea muy bonito.